- Bien señora Torenstein, ¿en que la puedo ayudar?
- Deseo que me ayude a olvidar.
- ¿Ayudarla a olvidar? Si fuera tan fácil el mundo estaría habitado solo por gente feliz y despreocupada.
- Seguramente no todo el mundo tiene la posibilidad de estar frente a usted, como lo estoy yo ahora. Me dijeron que para usted nada es imposible.
- Quizás sea solo una buena publicidad.
- No me subestime. No soy de las que se dejan engañar solo por una buena publicidad.
- No la subestimo y le agradezco su confianza. ¿Qué quiere olvidar?
- Quiero olvidar la mayoría de las cosas que me han atado a una persona los últimos cinco años. No veo forma de rehacer mi vida atada a esos recuerdos.
- Entiendo que quisiera olvidar malos momentos
- No, precisamente no es eso lo que quiero olvidar. Por el contrario, quiero olvidar los buenos momentos, las virtudes, todas las cosas que me mantuvieron locamente obnubilada a alguien que ya no está y que no deseo que esté nunca más relacionado a mi vida. Por eso estoy aquí.
- ¿Esa persona sigue existiendo¿ ¿Usted todavía tiene contactos con ella?
- Si por existir quiere saber si está viva, la respuesta es sí. Y, lamentablemente, tengo y tendré que relacionarme con ella, aunque a nivel profesional. Sucede que una sola de sus miradas, una sola de sus palabras, el más simple de sus gestos puede hacer de mí lo que quiera. Solamente puedo borrarlo de mi mente con la ayuda de alguien que pueda manipularla tanto o más que él. Y esa persona es usted.
- Entiendo. Sabrá que no será una tarea fácil y que demandara un tiempo
- No se preocupe. Tiempo tengo y dinero para costear las sesiones también.
- No me refería solamente a eso. Quiero advertirle que nunca se llegaría a al resultado que, quizás, usted idealiza o supone alcanzar.
- Lo se, no soy tan ingenua. Pero cualquier logro, por pequeño que sea, será mejor que nada.
- Muy bien entonces, déjeme medir su grado de sugestionabilidad. Le haré algunas pruebas preliminares y por hoy no la molestaré más.
- Soy toda suya. Haga conmigo lo que deba hacer...
Su última frase y la manera en que la dijo provocó un shock eléctrico en mi interior, como un rayo que nació en el medio del pecho y se dirigió directamente a mi entrepierna. Esa sensación que suele provocarnos el arranque de un ascensor, por ejemplo. Agradecí estar sentado para que la Sra. Torenstein no pudiese notar el impacto que provocaron sus dichos. Y siendo sincero no noté que lo hubiese dicho con la más mínima voluntad de seducir o provocar. Lo dijo con una entrega tal, que las pruebas que iba a comenzar a ser ya podían resultar absolútamente innecesarias.
Recordé que Paula seguía allí afuera, en su escritorio. Me tranquilicé. Seguramente más tarde iba a necesitar de ella. Algunas veces, cuando atiendo al último paciente del día, le digo a Paula que no espere a que termine y que se vaya a su casa. Ella es una muy buena esposa y una excelente madre y ya abuso demasiado de ella como para no darle de vez en cuando un poquito más de tiempo libre. Pero esta vez estaba feliz de haberle pedido que se quedara.
Le pedí a la Sra. Torenstein que se pusiese de pie y que mirase un punto fijo en la esquina que se forma entre lo más alto de la pared y el techo. Me coloqué detrás de ella y puse mis dos manos sobre sus hombros. Le pedí que respirara profundamente sin dejar de mirar ese punto imaginario mientras le repetía con voz suave y monótona que se sintiese segura, que mis manos en todo momento la iban a sostener. Mientras le repetía esto una y otra vez comencé a separar, muy lentamente, mis manos de sus hombros. Su cuerpo comenzó a inclinarse hacia atrás, como dejándose caer. Le dije que estaba segura, que en todo momento mis manos la estaban sosteniendo, que las sintiese sobre sus hombros. Pero mis manos ya no estaban allí y ella seguía inclinándose hacia atrás, recta, erguida, con la seguridad de que se encontraba sostenida. Cuando ya estaba a punto de perder el equilibrio, la sostuve y le pedí que dejase de mirar el punto imaginario. La primera prueba había sido superada. Su nivel de entrega era óptimo. Confiaba ciegamente en mí.
Luego le pedí que volviese a sentarse en la silla, pero esta vez puse la misma en el medio del consultorio. Le pedí que no cruzara sus piernas y que se sentara formando un perfecto angulo recto entre sus piernas y su torso. Le pedí que entrelazara sus dedos y que extendiese sus brazos lo máximo posible. Luego le pedí que extendiese los dedos índice de ambas manos, sin separar los demas dedos. Le dije que mirase sus dedos índice fijamente y le advertí que estos iban a intentar juntarse, que más allá de que intentara evitarlo, sus dedos iban a tender a juntarse. A medida que le hablaba noté como sus dedos comenzaban a acercarse entre sí. Seguí sugestionándola lentamente y a medida que lo hacía notaba como sus dedos se aproximaban. Le advertí que cuando sus dedos se tocasen ella iba a comenzar a sentir un cansancio profundo, producto de su nivel de relajación. Por el momento nada más que eso. Cuando sus dedos se tocaron noté que pestañeó con más intensidad.
Luego le pedí que separara sus manos, que estirase nuevamente los brazos pero esta vez con la palma de las manos enfrentadas a una distancia de no más de 15 centímetros. Nuevamente le dije que sus palmas iban a tender a juntarse y que a medida que eso pasase el cansancio que iba a sentir iba a ser más y más profundo, al punto de comenzar a sentir algo muy cercano al sueño y a no poder evitar dejar caer sus brazos, pesados y cansados sobre su falda. Sus manos nuevamente comenzaron a hacer su tarea mientras ella las miraba fijamente, esta vez con la mirada un tanto pesada. Al juntar palma contra palma dejó caer sus manos sobre su regazo, la vista ya un tanto perdida.
Tomé su mano derecha y la puse a unos 20 o 30 centímetros de su rostro. Le pedí que extendiese el dedo índice. Le dije que cuando soltara su mano, el dedo iba a comenzar a acercarse lentamente hacia su frente. A medida que iba a acercándose la inducí a que sintiese más y más cansancio, que sus ojos ya no podrían mantenerse abiertos y que al contacto del dedo con su frente dormiría profundamente. Apenas el dedo índice de la Sra. Torenstein tocó su frente, sus párpados cayeron, su cabeza se inclinó hacia adelante y su brazo cayó pesadamente al costado del cuerpo. Comencé a darle sugestiones para que se sintiese totalmente relajada y en paz, para que relacionara ese estado de relajación total con los beneficios de la hipnosis y para que la próxima vez que la volviese a hipnotizar cayera en trance más rápidamente, a través de la relación entre hipnosis y bienestar, la cual podría derribar cualquier barrera subconsciente que Rebeca pudiese tener. Aunque, a decir verdad, estaba totalmente seguro que la Sra. Torenstein estaba absolútamente convencida de reprogramar su mente.
Le dije que a la cuenta de tres se despertaría totalmente renovada, en un estado de bienestar, de paz y de tranquilidad y le ordené que relacionara ese bienestar con el hecho de haber sido hipnotizada. La induje a que no ofreciese ningún tipo de resistencia cada vez que la quisiese hipnotizar, aún en aquellos días en que pudiese tener cualquier otro problema. No quise ahondar en sugestiones post hipnóticas porque me pareció muy prematuro, ya habría tiempo para eso. Antes de contar hasta tres me quedé observándola. Pasé una mano por su pelo y confirmé por su sedosidad y por el aroma que se desprendía que seguramente había pasado por la peluquería antes de asistir a la sesión. Su expresión plácida y serena la mostraba totalnente indefensa. Noté que estaba empapado en sudor. Mi grado de excitación era máximo y Rebeca Torenstein era sin dudas una hermosa mujer. Observé sus pechos que subían y bajaban al ritmo de su rítmica respiración y me parecieron estupendos y por el momento libres, por lo que se podía ver a través de la remera, de cirugías estéticas. Sus piernas envueltas en el jean ajustado se notaban firmes e intenté adivinar que serían fibrosas y tonificadas a causa de ejercicios aeróbicos o de gimnasio. La tentación me consumía pero pude controlarla y conté lentamente hasta tres.
- ¿Y bien, como se siente Sra. Torenstein?
- .... creo que nunca me sentí mejor....¿que me ha hecho?
- Creame que por el momento nada importante. Sólo pude verificar que es un sujeto estupendo para ser hipnotizado y que eso ayudará muchísimo para lo que usted tiene pensado.
- Bueno... me alegro mucho. En realidad estoy como si me hubiesen atendido una hora en un spa. Creo que se ha ganado la reputación que lo antecede.
- Le repito, no he hecho nada. Comenzaremos a trabajar su problema la próxima sesión, si es que todavía tiene ganas de volver a ser hipnotizada
- A partir de ahora no haré otra ocsa que contar las horas que restan para volver a encontrarnos. Creo que me volveré adicta a la hipnosis
Otra vez volví a sentir un torrente de excitación. Lo único que me frenaba era darme cuenta que ella no lo estaba diciendo con ninguna intencionalidad. Un poco estaba respondiendo a la sugestión que le había dado pero por otro lado ella estaba convencida que yo podía solucionar su problema. Un problema que todavía no me quedaba muy claro pero al que ya habría tiempo de indagar.
- Bueno, Sra Torenstein, dígale a mi secretaria que le de un turno para la semana próxima.
- ¿Deberé esperar una semana? ¿No podemos empezar antes?
- Lo siento, mi agenda está un poco cargada. Tuve que cancelar algunos turnos de esta semana y eso ha complicado un poco las cosas
- Es verdad, que tonta soy. Seguramente no deberá dar a basto atendiendo personas. ¿Dígame cuanto le debo?
- No, por hoy la sesión es sin ningún cargo. La próxima vez. Le repito que hoy no hemos hecho mucho.
- Y yo le repito que el bienestar que siento bien vale pagarle doble la sesión.
- Gracias, es usted muy amable, pero deje que sean así las cosas.
- Como usted ordene, hasta la semana próxima
Le abrí la puerta y me senté en el escritorio. Mientras hacía que acomodaba unos papeles observaba de reojo como Paula le asignaba un turno para la semana entrante. Esperé a que se fuese. Cuando se hubo marchado dejé las fichas sobre la mesa y dije:
- Paula, ven aquí por favor...
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