martes, 23 de febrero de 2010

Capítulo 5: Cazando la presa (2º Parte)

Me pasé toda la noche en mi cuarto, casi sin dormir, estudiando detenidamente la foto de la mamá de Paula que había logrado introducir en mi computadora. Estudié cada detalle. Anoté en una libreta de apuntes todo lo que había podido investigar sobre esa mujer: sus gustos en materia de vestimenta, que leía, que tipo de cine apreciaba más, cuales eran sus salidas predilectas, que tipo de comidas solía hacer para su marido. Afortunadamente Paula sentía una inmensa necesidad de traer nuevamente a la madre a sus recuerdos y una vez que comenzó a hablar fue casi imposible detenerla. Me había confesado que hacía años que no hablaba de ella ya que con el único que podía hacerlo era con su padrastro, pero que él rehusaba a hablar del tema porque lo ponía extremadamente mal. Al cabo de no menos de tres horas tenía un informe detalladísimo de la mamá de Paula que ni siquiera los servicios secretos hubiesen podido conseguir. Superada la primera etapa de mi plan, había que dar comienzo a la segunda.

Para esa época mi asistente era Rosa. Era una mujer mayor, con una edad cercana a los sesenta años, que había comenzado a trabajar conmigo desde el mismo momento en que instalé mi consultorio. Yo era muy joven, ocupaba mucho tiempo en perfeccionar mis estudios y el poco tiempo libre que me quedaba lo consumía en juergas de juventud. Por ese motivo necesitaba alguien responsable que no solamente se encargara de administrarme los turnos de los pacientes, sino que debía cumplir un rol casi maternal conmigo, llamándome por teléfono a mi departamento cuando me quedaba dormido, encargándose de que comiese al mediodía y administrando un poco el caos administrativo que muchas veces se provocaba al tener una vida un tanto irregular. Rosa era solterona pero en alguna que otra conversación me manifestó sus deseos de haber podido formar una familia o, aunque más no sea, pasar los últimos años de su vida en compañía de un amor de la vejez. Mi egoismo me hacía notar que no era para nada conveniente que mi asistente encontrase un hombre, por lo que no la alentaba en absoluto a que pudiese intentar alguna relación. Pensaba que si otra cosa ocupaba su mente me iba a descuidar a mí o mejor dicho a mis asuntos profesionales y, en ese entonces, yo necesitaba imperiosamente de toda la atención de Rosa. Es más, en algún momento aproveché la curiosidad que sintió por la hipnosis y ante un pedido de ella a que la ayudara a fumar un poco menos aproveché para ponerla en trance y sugestionarla para que le tomara cierta aversión a cualquier persona que intentara entrar en confianza con ella, más allá de lo que es el trato formal y cordial de cualquier persona. Como a todo paciente que cae bajo mi poder hipnótico, a Rosa también le dejé un trigger o sugestión post-hipnótica para que entrara en trance al escuchar una palabra determinada. Eso me sirvió para hacer algunas travesuras, como por ejemplo, inducirla a que me hiciese una determinada comida o "convencerla" de que se hiciese pasar por mi mamá para espantar alguna "noviecita" un tanto pesada. Pero sabía, desde siempre, que Rosa había guardado en lo más profundo de su subconsciente el deseo de tener una pareja. Y era el momento de permitírselo, pero con ciertas condiciones.

La llamé por teléfono y argumentando la necesidad de que me trajese unos papeles le pedí que se acercara hacia el pueblo. Más que molestarle la idea de tener que hacer el viaje, a Rosa la sola modificación de su vida rutinaria y aburrida, la motivaba al punto de notar un gran entusiasmo al recibir la noticia. En poco tiempo ya estaba conmigo en el hospedaje. Reservé una habitación para ella, cenamos en el bodegón donde ya había estado la noche anterior y al cabo de la cena le pedí que nos juntáramos en alguna de las dos habitaciones para trabajar sobre el material que le había solicitado traer. Una vez reunidos en mi habitación, serví un cognac para ambos y antes de ponernos a trabajar le pregunté:

- ¿Cuánto hace que estamos juntos, Rosa?
- Gran parte de tu vida, Miguel y unos buenos años de la mía
- ¿No sientes deseos de jubilarte?
- ¿Para qué? ¿Para marchitarme sola en mi departamento? ¿O acaso ya soy un estorbo para tí? Si es así...
- ¿Por qué no te callas? Nunca fuiste ni serás un estorbo, al contrario, yo lo he sido para tí. Por haberme malcriado atendiéndome tanto no te has dado siquiera la oportunidad de intentar hacer otro tipo de vida.
- Soy muy feliz con la vida que me tocó desde que te conocí. Fueron los mejores años de mi vida.
- Gracias, pero todavía no entiendo como alguien tan culto y agradable como vos no haya podido tener una relación.
- A decir verdad yo a veces también me lo pregunto. Hace muchos años, cuando recién había comenzado a trabajar para tí, estaba convencida que en algún momento me iba a llegar la hora de conocer a alguien, pero luego, vaya uno a saber por qué, cuando una persona se me acercaba con el propósito de interesarse un poco más de lo normal, por uno u otro motivo sentía cierto rechazo hacia esa persona y prefería no darle cabida en mi vida.
- ¿Ahora te arrepientes de eso?
- Ya es demasiado tarde, hasta para arrepentirse. Pero seguro que no me has traido hasta aquí para hablar de mi, ¿no es cierto?
- No, discúlpame soy un BABIEKA

La mirada de Rosa, que ya se encontraba un tanto perdida al añorar épocas pasadas, quedó definitivamente flotando en la nada. Hacía mucho que no usaba la palabra "llave" en mi asistente y por un momento dudé de la efectividad de la misma. Me levanté y me serví otra copa de cognac. Noté que nunca se percató de mis movimientos. Pasé una mano por delante de su rostro y ni se inmutó. Ahora estaba más seguro. Me senté frente a ella, le pedí que mirase profundamente mis ojos y comencé el recitado:

- Rosa, quiero que prestes absoluta atención a mis palabras. Cada cosa que te diga, penetrará directamente en tu subconciente y se transformará en una idea propia, como si hubiese nacido en tu mente. Hoy liberaremos viejas barreras que te han impedido hasta el día de hoy tener la felicidad completa. Hoy, con mi ayuda, serás una nueva persona, plena de dicha y felicidad. ¿Quieres alcanzar esa felicidad Rosa? ¿Quieres cumplir tus sueños más ocultos?
- Si....quiero
- Perfecto Rosa, quiero que mires detenidamente esta fotografía. Es la fotografía de una hermosa mujer, ¿no es así Rosa?
- Sí....es hermosa
- Hermosa, distinguida. Observa su corte de pelo. Es distinguido y a la vez sugestivo. Te encanta ese corte de pelo, ¿no es así, Rosa?
- Sí....es muy sugestivo....es muy distinguido
- Claro Rosa, claro que lo es. Observa también el tipo de ropa que usa. Es moderno pero a la vez atractivo. Son colores vivos, llamativos, llenos de vida. El solo mirarlos provoca paz y felicidad ¿no es cierto Rosa?
- Es un ....hermoso...vestido. Me atrapa....me encanta
- Claro Rosa, te encanta, no puedes quitarle los ojos de encima.
- No...puedo
- No puedes, claro que no puedes. Lo deseas, deseas ese corte, deseas ese vestido.
- Sí...lo deseo
- ¿Sabes que, Rosa? Mira detenidamente la foto. Imagínate a tí llevando ese vestido, usando ese peinado, renovando tu corte de pelo para que sea igual. Imaginalo Rosa, ¿puedes hacerlo?
- Sí....lo imagino
- Bueno, entonces mira detenidamente la foto y verás que ya no hay una mujer desconocida en la foto. Eres tu la de la foto. Eres tu con tu nuevo peinado y tu nuevo vestido. Estás mirando la foto de lo que tú quieres ser.
- Soy....soy.....yo ..... soy yo la de.....la foto
- Claro Rosa, eres tú. Ahora escucha atentamente.........

Al otro día, bien temprano en la mañana, escuché que golpeaban la puerta de mi habitación. Abrí todavía con los ojos pegados del sueño y encontré a Rosa en la puerta.
- Miguel, disculpa que te despierte tan temprano pero quería saber si me vas a necesitar en lo que resta de la mañana. Sucede que me he levantado con ganas de algo nuevo, ¿sabes? y he decidido darme una vuelta por la peluquería del pueblo. ¿Te molesta que lo haga?
- Para nada Rosa, no tenía pensado trabajar hasta después del mediodía.
- Ah perfecto, entonces también aprovecharé para renovar un poco mi vestuario. Estoy buscando algo que tengo en mente y quizás acá lo pueda encontrar.
- Ojalá así sea Rosa, tómate el tiempo que quieras y avísame ni bien llegas. Debemos continuar el proceso.
- ¿......el proceso?
- Sí...., el trabajo que debo entregar para que lo publiquen y por el que te hice venir. Lleva varias etapas y es como si fuera un proceso.
- Ah bueno, tu sabrás, luego nos vemos.

Todo funcionaba perfectamente. Hasta tenía la suerte de que Rosa tenía una fisonomía más que parecida a la madre de Paula. Casi la misma altura y la misma contextura física. Había averiguado que, entre las 6 y las 9 Paula iba a asistir a clases, por lo que tenía un margen suficiente de tiempo como para asistir, con mi acompañante, a la estación de servicio y encontrarme al padre de Paula. A eso de las 4 de la tarde, volvieron a golpear mi puerta. Al abrirla quedé helado de la sorpresa.

- ¿Y...que dices? Te has quedado duro. ¿Eso es bueno o malo?
- Bueno....yo diría que estupendo....pasa por favor.

Rosa ya no era, por lo menos fisicamente, la misma persona que había estado conmigo gran parte de la noche anterior. Ahora era casi un clon de la madre de Paula. Había pasado tanto tiempo memorizando la fotografía que había logrado imitar el más mínimo detalle del peinado. Además llevaba un vestido altamente similar al de la fotografía. Si bien el dibujo de la tela era parecido, los colores y la distribución de los dibujos lo hacían, a simple vista, casi idéntico. Necesitaba probarla en el campo de acción. Miré la hora. Quedaban por lo menos dos horas para que Paula se fuese al colegio. El tiempo suficiente como para continuar el proceso.

- Realmente Rosa, me has dejado anonadado. Tu cambio es excepcional. He quedado realmente BABIEKA....

Llegamos a la estación a eso de las 6 y media de la tarde. Como lo había supuesto, Paula ya no se encontraba. Detrás del mostrador estaba su padre poniendo a desgano en una bandeja dos pocillos de cafe con sendos vasos de agua. Entramos y él instintivamente levantó la vista. La sorpresa y el asombro hicieron el resto. La bandeja cayó al piso desparramando los cafés y el agua y haciendo añicos los pocillos y los vasos. Las cinco personas que estaban dentro interrumpieron lo que estaban haciendo a raíz del susto que les provocó el ruido. El padre de Paula, como si nada hubiese sucedido, no dejaba de quitarle los ojos de encima a Rosa.

- ¿Este hombre siempre recibe así a los clientes?
- Creeme que no, parece que algo, o "alguien" lo ha dejado hechizado

Rosa se puso colorada, bajó la mirada pero al instante le clavó la vista al viejo con una mirada terriblemente sugestiva.

Estuvimos no más de media hora. Tomamos un café y hablamos de banalidades. En todo momento el padre de Paula estuvo pendiente de los movimientos de Rosa y mi asistente, enterada del asunto, cada tanto giraba la cabeza y lo miraba con una tenue sonrisa en los labios. Cuando se levantó para preguntarle al viejo donde se encontraba el baño de damas, el tartamudeo nervioso del hombre me hizo pensar que si Rosa hubiese estado apurada no hubiese resistido el tiempo que tardó en escuchar la explicación. Cuando terminamos el café, nos levantamos y, en forma desentendida saludé.

- Oiga, doctor. Hoy a la noche juega Brasil y Chile. Promete ser lindo partido. Si quiere venir a verlo, la casa invita con una copa.
- Suena interesante, pero no creo que mi secretaria piense lo mismo
- Si la señora gusta venir, además de la copa de invitación me gustaría que probara algunos productos que fabricamos con mi hija en nuestro propio campito.

Rosa se dio por aludida y sonriendo seductoramente le contestó
- Realmente hace tiempo que he dejado de ver fútbol. Quizás sea hora de retomar el hábito. Y si viene con algo para acompañar el estómago la oferta suena irresistible. Considéreme su invitada.

Esta vez fue una botella de Coca la que rodó por el piso. Nos fuimos, conteniendo la risa, antes que se estropeara todo.
Al llegar al hospedaje volví a hipnotizar a Rosa y le pedí que "decidiese por su cuenta" cambiarse de ropa y darse un baño para mojar su cabello y que no pareciese tan igual al de la madre de Paula, cuando se presentase en la estación. El efecto en el viejo ya había funcionado y no quería que provocase ningún shock emotivo en Paula. Aprovechando que tenía a mi secretaria en trance hipnótico, tomé la libreta de apuntes y, con mucha paciencia, comencé a programarla para que tuviese más similitudes con la difunta esposa.

Al llegar a la estación, el viejo había preparado una mesa especial frente al televisor. Con copas, mantelería y cubiertos mucho más lujosos que los de rutina, había llenado la mesa de todo tipo de fiambres y quesos, todo acompañado por un muy buen vino. Se notaba que el padrastro de Paula había sacado lo mejor que le quedaba de su vestuario y olía a perfume como nunca había olido en los días anteriores. Paula, no entendiendo para nada que pasaba, había sido también forzada a ponerse una indumentaria para la ocasión y realmente estaba bellísima. Llevaba el pelo suelto, un vestido con un escote bastante sugerente que terminaba en una minifalda, dejando al descubierto un par de piernas como me las había imaginado: torneadas y repletas de vitalidad. Afortunadamente recordé que era demasiado niña por lo que pude controlar una excitación que comenzaba a doblegarme. El viejo, con toda galantería, nos dio la bienvenida (a decir verdad en todo momento se dirigió exclusivamente a Rosa) y nos invitó a tomar asiento. El partido estaba por empezar y, si bien el hombre no tenía la más mínima intención de mirarlo ya que sus ojos no podían despegarse de mi secretaria, tuvo que hacer un esfuerzo por cortesía y poner la vista en el televisor. Rosa aprovechó para ponerse a conversar con Paula y, como lo supuse, en menos de una hora las dos intimaban como dos viejas conocidas. Juro que no influí en nada para que esto suceda. A Paula le fascinaba la cultura de Rosa y su dulzura mientras que mi secretaria estaba maravillada y sorprendida en descubrir como una casi niña de 16 años podía tener tanta madurez y a su vez tanta ingenuidad e inocencia. En un momento se levantaron de la mesa y se dirigieron detrás del mostrador. Haciéndome el distraido noté que Paula le mostraba a Rosa el funcionamiento de la máquina de café express y que mi veterana asistente prestaba tanta atención como si estuviese recibiendo una clase magistral. Luego se dirigieron afuera y pasearon entre los surtidores de combustible. Otra vez Paula le enseñaba a su nueva amiga como funcionaban. En esto no puedo decir que no tuve participación. Rosa, bajo hipnosis, había sido inducida a interesarse por el funcionamiento de una estación de servicio y estaba obedeciendo a la perfección. Mientras mirábamos el resto del partido se nos unieron "las chicas" a la mesa con una bandeja y cuatro cafés. La novedad era que los había preparado Rosa bajo las indicaciones que un momento atrás había recibido de Paula. El padre de la muchacha lo halagó y lo alabó como si fuera el elixir más exquisito del planeta. La estocada final la di yo cuando saqué mi notebook del maletín y me ofrecí a mostrarle a Paula que tan cierto era lo que ella escuchaba en el colegio acerca de esas pequeñas computadoras que cabían en un maletín. Aproveché para dejar al padre de la muchacha a solas con Rosa, quien había sido sugestionada para que le resultase interesante y atractiva la conversación que podria darle el viejo. Una hora después, cuando ya nos retirábamos, Rosa me comentó, delante de todos, que el caballero la había invitado a su pequeño campo al otro día para mostrarle como era la vida en ese lugar y de donde habían salido todos los manjares que había puesto en la mesa. Obviamente di mi conformidad a cambio de que Paula me ayudará a clasificar algunos documentos.

Cinco días después ya era el momento de dejar el pueblo y de constatar si el plan había funcionado. En esos días intenté estar muy cerca de Paula y le enseñé varias cosas sobre mi trabajo al punto de interesarla bastante. Rosa dividía su tiempo en la compañía del viejo, que no había dejado lugar por visitar, y en las maratónicas sesiones de hipnosis que nos ocupaban largas horas de la noche. Rosa ya no era mi antigua asistente sino una copia fiel de la madre de Paula. Cada día le sonsacaba al viejo más y más información y me la contaba a mi bajo hipnosis. Esa información me servía para seguir programándola. Sólo faltaba la estocada final.

Y se produjo un día antes de que avisáramos que íbamos a irnos. Paula apareció en mi departamento con el recado de que su padre quería verme urgente. Fui hasta la estación y lo encontré esperándome.
- Doctor Miguel, necesito hablar urgentemente con usted en nombre de Rosa
- ¿Qué le ha sucedido a Rosa?
- Despreocúpese, ella está de maravillas. Ese quizás sea el motivo de mi llamado
- No le comprendo
- Bueno, ella tiene mucha verguenza de hablar con usted, por eso me he tomado el atrevimiento de hacer de intermediario.
- Sigo sin entender
- Imagino que habrá notado que Rosa se ha sentido muy atraida hacia este tipo de vida, que es bastante original para aquellas personas como ustedes que son de ciudad.
- Sí, lo he notado. Y no creo que se haya sentido atraída solo por el estilo de vida. Creo que usted ha tenido algo que ver en el asunto.
- Para que negarlo. A mi nunca me pasó con ninguna mujer lo que me pasó con Rosa. Desde que falleció la mamá de Paula que yo no pude sentir nada por nadie. Pero desde que apareció esta mujer mi vida ha dado un vuelco inesperado. Y creo que a ella le pasa lo mismo.
- ¿Y entonces?
- Entonces que estuvimos hablando y a ella le gustaría probar vivir esta vida y, también por supuesto, intentar ver si la podemos vivir juntos. Ya somos grandes, y creo que cada uno a su manera ha tenido una vida difícil y merece terminar el resto de sus días en buena compañía.
- No lo dudo y me alegra mucho. Ella es una excelente persona y de usted he tenido buenas referencias, pero sabrá que me genera un problema.
- Sí, no me diga nada, lo dejo sin asistente
- Exacto, salvo que podamos retomar esa conversación que quedó trunca días atrás.
- ¿Usted insiste en que Paula puede serle útil y a la vez ser feliz en la ciudad?
- Mucho más, ahora que la he conocido con más profundidad. ¿Entonces....?
- Si ella está de acuerdo, yo no tengo nada que objetar. Entre Rosa y yo nos haremos cargo de la estación y del campito.
- ¿Entonces puedo hablar con ella y ofrecerle el puesto de Rosa?
- Tendrá mi bendición.

Al otro día, Paula y yo nos despedíamos del pueblo mientras Rosa y el viejo nos despedían a nosotros desde el playón de la estación de servicio. Comenzaba una vida nueva para Paula, vaya si iba a hacer una vida nueva.

Pero eso se los cuento en otra oportunidad.