lunes, 22 de febrero de 2010

Capítulo 4: Como conocí a Paula (1º Parte)

Conocí a Paula hace ya un poco más de diez años. Ella, con tan solo quince años, atendía una estación de servicio en un pueblo perdido del interior del país. Yo, debiendo asistir a dar una conferencia en un congreso de psicología, había decidido ir en mi automóvil desechando los pasajes en avión que me habían otorgado los organizadores. Ya en ese momento se libraba en mi interior una lucha entre el bien y el mal, por tanto me resultaba hasta terapéutico manejar durante algunas horas con el fin de poner en claro algunos pensamientos. El destino quizo que tuviese que parar en esa estación de servicio y la conociese.

Paula, a pesar de estar en su adolescencia temprana, ya tenía una belleza impactante. Su rostro era perfecto, tu tez extremadamente blanca y su piel de una perfección rara vez observada. Si bien su rostro transmitía expresiones de ingenuidad e inocencia típico de las chicas "del interior", con un poco de imaginación uno podía adivinar que, con algunas pequeñas transformaciones, Paula podía pasar, desde ser una ángel hasta convertirse en una mujer fatal, por todos los estados intermedios. Su cuerpo mostraba una tonicidad y una armonía que se justificaba por estar a cargo de todas las tareas en ese lugar de trabajo, lo que la obligaba a desarrollar su cuerpo como no lo hubiese podido hacer mejor cualquier gimnasio de la gran metrópoli. Atendía los surtidores de combustible, atendía la caja, preparaba los pedidos que le hacían de las mesas en el shop de la estación y además se encargaba de abastecer y mantener la limpieza del lugar. Todo eso mientras su padre, mejor dicho su padrastro, pasaba el día mirando la televisión, conversando o jugando a las cartas con los habitues del lugar.

Ese día me demoré más de la cuenta en ese lugar, solo para observar a Paula. El santo que llevaba dentro de mi cabeza me decía que debía llevarme a esa chiquilla de allí para comenzar a prepararla como mi futura asistente, dado que la que tenía era ya una señora mayor más próxima a la jubilación que a seguir acompañandome. La inteligencia y la manera de tratar a la gente, con una dulzura pero a la vez una determinación impropias de su edad, la convertían en alguien muy potable para ser pulido y convertido en una excelente asistente. Lo preocupante fue que el diablo que convivía también en mi cabeza estaba totalmente de acuerdo en que me llevase a ese ejemplar, pero para irlo transformando, desde esa edad temprana, en la mujer ideal de todo hombre, a base de poner en práctica todas esas técnicas de manipulación y reprogramación de la mente humana que ya me estaban haciendo conocido internacionalmente. Y Paula era la persona ideal para experimentar.

En ese momento decidí no hacer nada al respecto y seguí camino hacia mi conferencia. A la vuelta, volví a pasar intencionalmente por la estación de servicio, pero esta vez con la excusa de buscar un lugar tranquilo en el pueblo para descansar. Me quedé varios días tratando de poner en práctica un plan para poder llevarme a Paula. Comencé hablando con ella, ya que si bien me hospedaba en el pueblo, iba a la estación 4 veces al día: a desayunar, a almorzar, a merendar y a cenar. Eso me permitió establecer un contacto muy fluido con ella. Le pregunté si estudiaba y me dijo que sí, que le encantaba aprender, que todo lo que aprendía intentaba volcarlo en su trabajo pero que justamente las obligaciones laborales a veces le impedían ir todos los días al colegio. Le pregunté si ganaba un buen sueldo y me contestó que se conformaba con poder tener un techo y comida ya que entendía que su padrastro no tenía ninguna obligación de mantenerla y mucho menos después del fallecimiento de su madre. Quise saber si conocía Buenos Aires y me dijo que no pero, con un brillo especial en los ojos me replicó que uno de sus primeros sueños en la vida era poder conocer la gran ciudad. Cuando me atreví a tantearla sobre que opinaba con tener un trabajo seguro y mucho menos esforzado, incluyendo vivienda obviamente, con un interesante sueldo y bajo mis órdenes, enseguida replicó que por ahora iba a ser imposible ya que no podía ser desagradecida con su padrastro y que ella era consciente que era la única que podía hacerse cargo de la atención del lugar. Supuse que por ese lado no iba a llegar a nada productivo y pensé que debía intentar por el lado del padrastro.

Aproveché una tarde que estaban televisando un partido amistoso de la Selección Argentina y, entre comentarios futbolísticos y aprovechando la finalización del primer tiempo, le pregunté si realmente su hija era tan inteligente como parecía.

- Es mucho más que eso. Hace el trabajo de 3 personas aquí dentro.
- ¿Y ese es el futuro que usted pretende para ella?
- ¿Por qué me lo pregunta?
- Porque creo que su hija tiene un futuro brillante fuera de aquí. Puede tener un trabajo más acorde a sus inquietudes, y un fin de adolescencia un poco más desahogado que lo que tuvo que soportar hasta el momento.
- ¿Y usted que sabe lo que ella sufrió o tuvo que soportar? ¿Acaso ella le dijo algo?
- No, quédese tranquilo. Ella no me dijo nada, al contrario, está convencida que debe estar aquí como una forma de agradecimiento hacia el hecho de que usted la criase cuando falleció su madre.
- Y así debe de ser. Si yo no me hubiese cruzado en su vida vaya usted a saber por que orfanato andaría. No tiene ninguna familia.
- ¿Y si yo me hiciese cargo de ella?
- No creo que sea negocio. Yo ya estoy viejo para andar haciendo todo este trabajo, no tengo compañera ni creo que a esta altura la vaya a tener y Paula es mi único salvoconducto para tener una vejez digna con las ganancias de este negocio.
- ¿Y nunca pensó en vender?
- ¿Para qué? Para consumir lo que me queda de vida sentado en la puerta de mi casa, esperando que venga la muerte a buscarme. No mi amigo, esta es mi vida. Así como está, está bien. Y demos por terminada la conversación que empieza el segundo tiempo del partido.

A esa altura ya me estaba desesperando. No encontraba la manera de poder llevarme a Paula bajo su total voluntad y la de su padrastro. Sabía que no me iba a servir utilizar mis dones hipnóticos ya que no tenía el tiempo suficiente como para poder reprogramar una mente para que tome decisiones tan transcendentales. Esa noche no fui a cenar a la estación de servicio y me fui a comer a un bodegón que se encontraba en la calle céntrica de la ciudad. Al cabo de un par de horas reconocí a un parroquiano tomando unas copas al que había visto antes en la estación. Lo invité a un par de copas más y cuando supuse que su lengua ya estaría lo suficientemente suelta le pedí que me hablara del padrastro de Laura. Me confió que era un buen hombre, que había querido demasiado a la madre de la chica, que no había podido soportar su muerte y que solo había criado a Laura por cumplir la última promesa de la señora, pero que nunca había sentido un afecto especial hacia la chica. Le pregunté si nunca antes había intentado rehacer su vida sentimental y me contó que lo había intentado algunas veces pero que ninguna mujer lograba adaptarse a sus manías de viejo, mucho menos cuando él les exigía que imitasen a su difunta pareja no solamente en la forma de vestir o de hablar, sino también en las diferentes formas de proceder ante cuaquier situación. Es el día de hoy que agradezco haberme cruzado con ese personaje pueblerino. A partir de allí tuve más que claro el plan a seguir para poder hacerme de Paula o, mejor dicho, para que el padrastro de la chica me implore que la saque de su vida.

Volví a encontrarme con Paula a la mañana siguiente. Luego de entrar un poquito más en confianza le pedí que me hablase de su madre. Haciéndome el interasado con lo que la chica me iba contando, le fui pidiendo que me la describiese, sus gustos, su manera de ser, sus virtudes, sus defectos. Al cabo de casi una hora Paula, que hacía años que no hablaba tanto de su madre con alguien, me dio una descripción detalladísima de su persona. Me mostré sumamente emocionado con la conversación y le pregunté si ella había salido tan hermosa a su madre. Luego de superar el sonrojamiento de su rostro me dijo que creía que había salido parecida a ella ya que nunca había conocido a su padre biológico. Aproveché para preguntarle si conservaba una foto de su madre. Agradecida por el interés que le demostraba, no tardó en abrir un portadocumentos de su mochila y mostrarme una foto de cuerpo entero de su madre, junto a ella. Le pedí que por favor me trajera un cafe y, aprovechando que me había dejado unos minutos a solas, logré escanear la foto con el pequeño scanner que tenía en la laptop. El plan estaba en marcha y tanto el santo y el demonio que convivían dentro de mí, por diferentes motivos dejaron de molestarme porque los dos creían que el fin último era hacerme de Paula.