lunes, 16 de junio de 2014

Malas compañías (III)

Ahora es el turno de la amiguita...


Louise escuchó el ruido de la puerta al cerrarse y observó su reloj. Eran las 0:30. Ella había estado con ese manipulador casi cuatro horas. Observó a su compañera de cuarto colgar su chaqueta. Algo parecía diferente en ella. Louise no podía describirlo pero definitivamente algo en ella parecía diferente.
- Hola Louise. ¿Qué estás haciendo levantada?
- Asegurarme que el malhechor de tu novio no te viole ni te secuestre.
Normalmente un comentario como este, tan frecuente en Louise, habría enfurecido a Jill al punto de recriminarle por qué decía cosas tan horribles de un ser humano tan adorable y tierno como Jack. Sin embargo sonrió y dijo:
- Tuvimos un gran encuentro
- ¿No vas a defenderlo como lo haces siempre? ¿No vas a decirme que es una magnífica y sincera persona? -Louise pronunció estas últimas palabras con sarcasmo.
- No puedo creer que seas tan ingenua, Jill. Ese hombre está tan lleno de mierda que puedo olerlo desde aquí -continuó.
- ¿Es todo? No sabía que usabas la nariz para cosas como esa.
El tono de Jill era apático y ella comenzó a hacer pequeños arreglos a la decoración del departamento, dando a entender que no tenía el menor interés en seguir la discusión con su compañera de cuarto.
- ¿Me estás escuchando? -Louise gimoteó.
- Quizás estés demasiado cansada por quedarte despierta hasta tan tarde -dijo Jill dirigiéndose a su amiga.
- Estás actuando realmente rara Jill. Él te está cambiando, te está volviendo contra mí. No puedes decirme eso.
- Sólo siéntate Jill, relájate. Has tenido un día muy difícil.
Jill la miró directamente a los ojos, tal como Jack lo había hecho con ella. Su tono era suave y monocorde. Louise pareció tranquilizarse pero, con pocas fuerzas, protestó:
- No necesito sentarme, sólo estoy tratando.....
Jill puso suavemente su dedo sobre los labios de Louise:
- Shhhhhhhhh. Siéntate Louise. Quieres sentarte. Sólo quieres sentarte y relajarte. Siéntate y relájate Louise.
Louise, aunque trataba, no podía sentirse enojada con Jill. No sabía como explicarlo. Podía ser la manera en que la miraba a los ojos y como le hablaba, suave y dulcemente, pero Louise se encontró retrocediendo hacia el sillón para acurrucarse comodamente allí. Se quedó mirando fijamente a Jill, con ojos bien abiertos y sin decir nada.
- Así, tú estás muy relajada ahora, Louise. Mantén tus ojos sobre los míos. Eso es, muy, muy relajada ahora. Estás muy cómoda en ese suave y cómodo sillón. Recuéstate sobre el sillón y siéntete aún más relajada.
Louise dejó caer sus brazos a ambos lados y su cabeza cayó hacia atrás, sobre el respaldo. Jill continuó con la tarea especial que Jack le había asignado, calmando suavemente a su compañera, sumiéndola en un sugestionable sueño, tal como él le habíá enseñado.
- Tú estás muy relajada y cómoda Louise. Tan relajada y tan cómoda que dificilmente puedes permanecer despierta. Estás muy cansada, muy cansada. Ha sido un día difícil, muy difícil. Déjate llevar, sólo déjate llevar y duerme.
Sus ojos estaban a punto de cerrarse. Señales de protesta intentaban tomar forma en su mente pero sus labios eran incapaces de articular palabra.
- Duerme, Louise, dueeeeermeeeeee....
Jill ligeramente tocó la frente de su compañera y sus ojos terminaron de cerrarse por completo. Su cuerpo terminó de caer flaccidamente en el sillón.
Jill retiró el pelo de la cara de Louise y susurró en su oído:
- Ahora estás bajo hipnosis, Louise. Tu mente está relajada y abierta. ¿No es cierto?
Hubo una pausa. Luego un susurro escapó de sus labios:
- Siiii. Relajada y abierta.
- Escúchame cuidadosamente Louise y mantén tu mente relajada y abierta. Cuando yo te lo diga, tu querrás sentarte y abrir los ojos. Mantendrás tus ojos sobre los míos todo el tiempo y mantendrás tu mente relajada y abierta. ¿Me has entendido, Louise?
- Siiii.
- Bien, siéntate ahora.
Ella pesadamente abrió los ojos y lentamente se fue incorporando hasta quedar perfectamente sentada. La mirada vacía yacía sobre los ojos de Jill, la boca entreabierta pero en silencio.
- Mírame a los ojos y escucha Louise. Aún estás hipnotizada y tu mente sigue relajada y abierta. En unos momentos tomaré el teléfono y llamaré a Jack.
La expresión serena de Louise se endureció. Estaba semidormida y sabía que tenía que escuchar a Jill, pero también sabía que Jack era una mala persona y que Jill no debería llamarlo....
- No...no llames...mala persona....Jack....te está usando.... -balbuceó Louise con un mínimo de conciencia.
- Mírame a los ojos, Louise. Relaja tu mente y escúchame. Jack no es una mala persona. Es maravilloso y cuidadoso. Ya no debes odiarlo. De todas maneras permanecerás hipnotizada mientras lo llamo.
La mente de Louise estaba demasiado confundida como para seguir resistiendo. Dejó de cuestionar las sugerencias de su compañera y las aceptó sin vacilaciones:
- Siiiiii.....permaneceré......hipnotizada.
Jill dejó a Louise sobre el sillón, mirando fijamente a la nada, y se dirigió hacia el teléfono. Marcó el número de Jack y éste contestó casi al instante:
- ¿Ya está hecho? -preguntó.
- Sí Jack. Hice todo lo que me ordenaste. Ella está sobre el sillón, despierta pero en trance, tal como me lo pediste.
- Muchas gracias Jill. Yo nunca hubiese podido hacerlo porque ella no confía en mí. Gracias a tí, ella nunca más interferirá en nuestra felicidad.
- Oh Jack, estoy tan asombrada. Yo la estaba.......controlando. Era tan..... tan......
- ¿Excitante?
- Siiiiii -gimió ella sexualmente.
- Mantenla bajo tu control. Pronto estaré por allí.
- Oh, Jack. Puedo complacerte profundizando su trance. Es tan maravilloso hipnotizarla.
- Me gustaría verlo mi querida pero tu no eres una experimentada hipnotista como yo. Quizás más tarde puedo enseñarte pero ahora debo hacerlo yo.
- Entiendo -dijo Jill, un poquito desilusionada.
- Deja la puerta abierta, estoy en camino.
En diez minutos, Jack arribó al departamento de su novia. Jill lo hizo pasar al living, donde Louise permanecía en trance, con la mirada perdida en el vacío.
- Deberías dejarnos solos -dijo Jack con el más dulce de sus tonos.
- Realmente me gustaría verlo.
Jack dejó de mirar a Louise y clavó sus ojos frente a los de Jill:
- Tú nos dejarás. Te irás a la habitación y caerás dormida inmediatamente.
El tono de Jack era demandante y cada palabra retumbó en el muy sugestionado cerebro de Jill. Sin decir una palabra ella dio media vuelta y mecánicamente caminó hacia su habitación, donde cayó dormida aún vestida. Jack regresó la atención hacia Louise:
- No puedes poner en duda que soy un hipnotizador muy experimentado, Louise. Me llevó años de práctica, pero ahora puedo influenciar a la gente mucho más allá de lo que se logra con la hipnosis normal.
Se arrodilló frente a ella y comenzó a balancear su mano sobre el rostro de Louise. Ella pestañeó pero su expresión no cambió.
- Tu trance es débil, Louise, pero lo suficientemente profundo para bajar tus defensas. Enseguida te llevaré mucho más profundo y tú cambiarás definitivamente tus actitudes. Como verás, Louise, tu estás en camino. Camino a mi diversión. Como sabrás, Jill es lo que podemos llamar una persona muy ingenua. Es por eso que me interesó tanto. Aún antes que la hipnotizara ella aceptaba todo lo que yo decía, sin cuestionarme nada. Por eso fue muy simple alterar su personalidad. ¿Qué puede haber más emocionante que tomar el control de las personas y alterarles su personalidad
Louise escuchaba todo pero su mirada siempre alojaba esa expresión vacía.
- ¿En qué estábamos? Ahhh, sí, en que debo llevarte más profundo.
Jack colocó sus manos a ambos lados de la cabeza de Louise y la acomodó para que sus ojos quedaran directamente sobre los suyos.
- Míralos, Louise. Mira mis ojos. Observa como te llevan más a lo profundo. Más profundo Louise, más profundo en la hipnosis, profundamente bajo mi control Louise.
- Profun....damente.....bajo...tu control -repitió Louise
- Cada palabra que yo diga te conducirá más profundo. Ya estás muy profundo ¿No es así?
- Siiiii....
- Contaré de diez a cero. Cuando alcance el cero estarás completa y totalmente hipnotizada. ¿Has comprendido?
- Siiii....
- Espléndido. Diez...Nueve...Ocho....Siete....Seis....Cinco...Muy profundo Louise...Cuatro...Tres...Más profundo ahora....Dos...Uno....y Cero. Tu estás totalmente bajo mi control ¿Verdad?
- Siiiii, bajo tuuuu...controool.
- Me obedecerás...
- Te obedeceré.....Jack....
- Harás todo lo que te pida....
- Siiiii, ...... cualquier cosa......
- Párate Louise.
Sin dejar de mirar los ojos de Jack, ella se incorporó. Jack hizo lo mismo y le dijo:
- Ahora tu eres mía, Louise. Eres mi esclava y yo soy tu Amo. Repítelo.
- Yo soy....tu esclava. Tu....eres.....mi Amo.
- Muy bien Louise. Ahora que hemos dejado en claro muchas cosas, me gustaría verte desnuda. Sácate la ropa, esclava.
- Siiii, Amo....
Louise deslizó lentamente su blusa y su pantaloncito. Debajo de ellos llevaba un sostén negro y unas bragas, que también se las quitó, despacio y mecánicamente. No tenia zapatos ni medias. Jack examinó su maravilloso cuerpo. En los meses que llevaba odiando a Louise, el no había notado lo sexy que era. Su estómago era musculoso y sus pechos eran firmes y redondos. Jack condujo su mano desde sus firmes muslos, pasando por su frondosa entrepierna, tocando sus pechos y culminando en su cara.
Jack pensó en el extraordinario trabajo que había hecho, convirtiendo a una mujer que verdaderamente lo había despreciado en una lujuriosa esclava sexual y comenzó a planear las infinitas formas de aprovechar a sus "nuevas relaciones".

Malas compañías (II)

Jill ya fue hipnotizada. Ahora es cuestión de programarla...


Jack sonreía como un maniático mientras sostenía el tubo telefónico. Sus dedos se balanceaban sobre las teclas del número de teléfono de Jill. Le divertía muchísimo que un simple llamado telefónico y una simple mención de la hipnosis harían que Jill viniese corriendo a su departamento para ponerse inmediátamente bajo su control. También lo divertía que hasta la pasada noche, la hipnosis era lo último en lo que Jill podría creer. Esta noche, Jack llevaría las cosas mucho más allá. Esta noche continuaría el proceso de cambiarle la personalidad a Jill.
Cuando terminó de marcar los números, espero a que le respondieran lo que le pareció una eternidad. Después de cuatro o cinco llamadas Louise respondió:
- Hola...
Jack maldijo por lo bajo. La perra de la compañera de cuarto de su novia era la última persona a la que querría escuchar en esos momentos.
- Ahh, hola Louise -dijo haciendo un gran esfuerzo por parecerle amistoso a la persona que constantemente había intentado separarlo de Jill.
- Oh, no, eres tú. ¿Qué quieres? -preguntó Louise en el peor tono posible.
- Quiero hablar con Jill. Es todo. -contestó Jack suprimiendo el impulso por gritarle un par de cosas.
- Sí, seguro. Yo se perfectamente lo que quieres. He conocido gente de tu tipo cientos de veces.
Jack cerró su puño conteniendo la furia.
- No se de que hablas, Louise
- No juegues conmigo. Puedo oler a la gente como tú a una milla de distancia. Ustedes son los que juegan con las inocentes como Jill y luego la abandonan.
- Ni soñando haría algo como eso. ¿Podrías pasarme con Jill por favor?
- Te estoy vigilando, Jack. Tarde o temprano vas a cometer un error y yo estaré allí cuando eso pase.
Louise dejó caer el receptor. Jack le dio un puntapié a una silla de pura rabia. Esa perra estaba sobre él. No sabía como, pero algo tenía que hacer.
Un momento después, Jill levantó el teléfono que su amiga había dejado tirado.
- Hola Jack, Louise me avisó que estabas en el teléfono. Parecía muy disgustada. ¿Está todo bien entre ustedes dos?
Jack olvidó su enojo hacia Louise cuando escuchó la voz de Jill y recordó sus planes.
- No hay problema, está todo bien. Sólo pienso que Louise debe tener un mal día hoy. Eso es todo.
- ¿Qué te ha dicho? Si llegó a insultarte juro que la echo inmediátamente a patadas -dijo Jill bastante disgustada con su amiga.
- No, no, está bien. Debe estar algo agotada. Nada más.
- Está bien, debes ser como tu dices -siempre era como él decía, pensó Jack.
- Escucha, me encantaría que vengas a cenar a mi departamento esta noche.
- No se. Tengo una entrega mañana y debo quedarme trabajando toda la noche para terminar el trabajo a tiempo.
- No te robaré mucho tiempo. Media hora más o menos.
- Jack, realmente me encantaría, pero si al jefe le gusta la propuesta que voy a presentarle, podría ascenderme.
- Podría hipnotizarte nuevamente -dijo Jack, sonriendo.
Se hizo una pausa. Jill notó que su bombacha se humedecía. Después de todo podía ausentarse de sus tareas por sólo media hora.
- ¿A qué hora?
- ¿Qué te parece ahora? -preguntó Jack, altamente satisfecho.


Jack escuchó golpear la puerta e hizo entrar a Jill, observando detenidamente su estupendo cuerpo. Su pelo era largo y negro. Los ojos de Jack continuaron observando su simple vestido, que marcaba sus pronunciadas curvas y terminaba dejando al descubierto sus piernas, largas y suaves. Cerró la puerta detrás de ella y dijo:
- Toma asiento y enseguida comenzamos.
Jill sabía que quería eso pero al mismo tiempo parecía renuente. Jack modificaría muy pronto esa actitud. Ella se sentó, nerviosa pero ávida y Jack comenzó. Se sentó en un taburete frente a ella para que sus ojos siempre estuvieran en contacto.
- Todo lo que necesitas hacer es relajarte. Relájate y yo haré el resto. ¿Ok?
- Ok.
- Bien, Jill, bien. Ahora respira profúndamente y concéntrate en mi voz. Escucha cómo mi voz te pide que cierres los ojos y te relajes. Estás muy cansada Jill, muy cansada para permanecer despierta un sólo momento. Tus ojos se están cerrando, tu cuerpo se está relajando y estás entrando en un profundo sueño.
Jill estaba comenzando a sentirse pesada. Sus ojos estaban semiabiertos y su cabeza había comenzado a inclinarse hacia adelante. Estaba entrando en trance mucho más rápido esta vez, pensó Jack. Continuó la inducción lentamente con voz suave:
- Mi voz te sumerge más y más profundamente en un sueño muy placentero. Ahora estás dormida, Jill, estás en un profundo letargo hipnótico. ¿No es así?
- Sí -murmuró Jill. Jack pudo notar un toque de excitación en su voz.
- Bien, Jill, lo estás haciendo muy bien. ¿Te gusta mucho ser hipnotizada?
- Sí.
- De ahora en adelante te gustará aún más. Sentirás una felicidad indescriptible, como nunca antes la has sentido, cada vez que estés hipnotizada. ¿Me has entendido Jill?
- Sí.
- Pero sentirás algo más, Jill. De ahora en adelante me encontrarás muy atractivo y excitante. ¿No es cierto?
- Siiii -dijo Jill casi gimiendo.
- Cuando te despierte de este sueño, recordarás todo, como lo has hecho antes. ¿Comprendido?
- Siiiii.
- Una cosa más, Jill. Hay algo que quiero que hagas para mí. ¿Lo harás?
- Siiii. Cualquier cosa.
Jack sonrió y comenzó a darle las instrucciones de una tarea especial...

Malas compañías (I)

Su amiga le hablaba mal de su novio. Ella no quería creerle, pero...


Jack tocó el timbre y escuchó el sonido que venía desde adentro.
- Un minuto -chilló casi frenéticamente una voz de mujer.
- Louise, ¿puedes ir a atender? -gritó la voz nuevamente.
Un momento después, Louise abría la puerta y fruncía el ceño ante Jack. El saludo típico.
- Hola Louise, te ves muy bien -dijo Jack, esforzándose por parecer encantador.
- Jill no está lista todavía -su tono era rudo y cortante. Jack no se sorprendió, ya estaba acostumbrado. Louise era la compañera de cuarto de su novia y él estaba obligado a tener que recibir ese trato cada vez que visitaba a Jill. Sin embargo ella era bastante bonita.
- ¿Le faltará mucho? -preguntó inocentemente.
- ¿Cómo demonios podría saberlo. Ella es tu novia así que averígualo tú -le contestó, mientras se daba media vuelta y volvía al interior del apartamento.
A los pocos minutos Jill salió, feliz como siempre que Jack la iba a buscar. La pareja feliz salió del edificio para comenzar una nueva cita.
Se dirigieron al restaurante francés más caro de la ciudad, se sentaron y ordenaron el mejor vino.
- Yo no se por qué ella se comporta como una perra contigo -dijo Jill mientras bebía un sorbo de vino.
- ¿Quién? -preguntó Jack simulando no saber de quién hablaban
- Louise. Siempre estoy escuchándola hablar barbaridades sobre tí, tanto que a veces me crispa los nervios.
Jack observó complacido como el hermoso rostro de su novia se ponía colorado de enojo al hablar de su amiga. Estiró sus brazos sobre la pequeña mesa, en cuyo centro brillaba una vela encendida, y tomó las manos de Jill.
- Escucha, Louise sólo siente un poco de celos al ver que yo he entrado en tu vida. Siente que mientras yo esté cerca ya no podrán volver a hacer las cosas que hacían antes que me conocieras y que serán menos amigas. No quiere hacernos daño.
Le sonrió con una sonrisa franca, hermosa y encantadora que hacía que Jill se perdiese completamente cada vez que la observaba. Era su sonrisa lo que la atrajo a él. Esa noche, cuando lo conoció en la barra, había rechazado educadamente las proposiciones de cientos de tipos. Excepto a Jack. Él se le acercó de la misma manera que todos los demás, le preguntó si podía invitarla con un trago mientras le dedicaba una de sus mejores sonrisas. Ella no pudo decir que no y allí comenzó el romance.
Pero allí comenzó a entrar en escena Louise. Comenzó a hablarle mal de Jack, diciéndole que la usaría y la abandonaría y toda clase de cosas horribles. Muchas veces Jill habló de esas cosas con Jack y el la tranquilizó diciéndole que eran ridiculeces y dándole siempre explicaciones muy convincentes. Además, ¿cómo alguien con una sonrisa tan franca sería capaz de mentirle a ella?
- Supongo que tienes razón, pero eso no le da derecho a tratarte como lo hace.
- Olvidemos el asunto y disfrutemos la velada, por favor.
- Seguro.
La comida llegó y Jill olvidó a Louise y su pesimismo. Cuando terminaron, Jack abonó la cuenta como caballero que era. Salieron y decidieron dar una vuelta en el auto sin rumbo fijo ya que no tenían ningún apuro.
Decidieron estacionar el auto a las afueras de la ciudad para caminar un rato. Se encaminaron hacia un parque. Luego de caminar un poco encontraron una mesa de picnic y decidieron sentarse.
- Jill -dijo Jack mientras ambos miraban las estrellas.
- ¿Sí, Jack?
- ¿Has ido alguna vez a uno de esos shows donde se hace hipnosis?
Jill frunció el ceño sorprendida.
- No, ¿Por qué?
- Pensarás que soy un tipo raro, pero a mi me fascinan esa clase de temas.
- No creo que seas raro. A mi también la hipnosis me parece algo interesante pero nunca vi como la utilizan en un show -dijo Jill intentando estar de acuerdo con Jack. Jack sonrió abiertamente, viendo como todo marchaba sobre ruedas. Desde que la había abordado en esa barra, Jill le había sido completamente devota y fiel a sus deseos. Era mucho más ingenua de lo que él había pensado en su momento. Todo iba a resultar mucho más fácil de lo planeado.
- Bien, yo he estado leyendo un libro sobre el tema. ¿Piensas que puedo ser capaz de hipnotizarte? No tienes que decirme que sí pero realmente me encantaría hacerlo -dijo Jack sonando mucho más sincero que nunca.
- No se, Jack. Yo he visto películas....
- Por favor, nada de lo que aparece en las películas es real, te lo prometo -dijo sonriendo.
Ahora ya no había manera que se pudiese resistir.
- Bien, te creo hombre. Intentémoslo.
¡Qué ingenua era! Jack puso una mano sobre el hombro de Jill
- Okey, me alegra mucho que te hayas decidido, ahora sigue mi mano.
Comenzó a ondear su mano de un lado a otro frente a su cara
- Ahora, sólo respira profundamente y relájate. Respira y relájate. -Jill inspiró profundamente mientras se concentraba cada vez con más fuerza en los rápidos movimientos de la mano de Jack.
- Sólo relájate. Respira profundamente y relájate
Jill pareció aflojarse en su asiento mientras las sugestiones de Jack comenzaron a invadir su mente. Jack repetía "Respira profundamente y relájate" una y otra vez y, cada vez que lo hacía, los párpados de Jill se cerraban un poco más. Finalmente sus ojos quedaron apenas abiertos y Jack aprovechó para susurrarle muy suavemente:
- Estás muy cansada Jill, muy cansada para poder mantener los ojos abiertos. Sólo ciérralos y podrás dormir.
Jack paró de mover su mano.
- Duerme ahora, Jill -le dijo mientras pasó la mano por su frente para ayudarle a cerrar los ojos.
Ella se desmayó en sus brazos, hipnotizada.
Jack la recostó sobre la mesa. Estaba tan hermosa, profundamente dormida, con sus hermosas facciones relajadas. Se arrodilló al lado de ella y le susurró:
- ¿Puedes escucharme Jill?
- Sí... -contestó en un tono apenas audible.
- Estás en trance hipnótico, Jill, y seguirás todas mis sugerencias. ¿De acuerdo?
- Sí.
- Bien, Jill, muy bien. Pronto despertarás y recordarás absolútamente todo lo que ha ocurrido esta noche. Recordarás cada detalle. No querrás olvidar nada. A partir de este momento la hipnosis te resultará extremadamente excitante y el solo pensar en ella te excitará mucho. ¿Has comprendido Jill?
Hubo una pausa. Por un momento Jack pensó que había ido demasiado rápido, tratando de meter en la cabeza de Jill largas sugestiones, pero ella respondió:
- Sí.
Suspiró aliviado.
- Despierta, Jill -lentamente ella abrió los ojos y se sentó.
- Wow... -fue todo lo que pudo decir.
- ¿Te gustó? -preguntó Jack.
- ¡Sí, mucho! Vas a tener que hacérmelo nuevamente -dijo, sorprendida de lo mucho que lo había disfrutado.
- Puede ser, en otro momento. Es tarde ahora y creo que deberíamos regresar. Louise debe estar preocupada.
- Sí, tienes razón. Tú siempre tienes razón.
Jack simplemente sonrió y juntos regresaron hacia el auto.


miércoles, 25 de julio de 2012

HERMANA



 Desde niño había estado obsesionado por poseer a una mujer (la hermana mayor). Enseguida aprendió como hacerlo. Siempre he sido un lector apasionado y versátil; un ratón de biblioteca. En determinadas épocas llegué a leer, durante las vacaciones, tres o cuatro libros diarios. Por el tiempo en que adquirí (aprendí) lo que llamaré 'el poder' tenía 13 años, era un alumno regular de secundaria y pasaba casi todo el tiempo en que no estaba en clases en la biblioteca de la ciudad, curioseando. No tenía demasiados amigos (salvo, claro está, otros lectores, con los que sólo podía hablar de libros), y no había tenido aún mi primera novia; vale, que era virgen, y mis noches estaban pobladas de masturbación y fantasías eróticas. La mayoría de tales fantasías tenían como protagonista a mi hermana mayor, que tenía en esa época 18 años, y que era - y es- una adolescente muy bien formada, de un metro setenta y unas medidas que nunca calculé; lo que más me excitaba de ella eran sus piernas, largas y bien formadas, especialmente cuando vestía el uniforme del colegio, que usaba muy corto. Por lo demás, nunca intimamos demasiado (al menos, antes de lo que voy a referir); su personalidad era sumamente dominante, y como hermano menor me miraba bastante en menos. De más está decir que la espiaba con disimulo (y probablemente ella lo sabía) siempre que tenía ocasión; mis noches se llenaban de imágenes de ella entrando en mi habitación, como un regalo o un premio, y permitiéndome penetrarla y tocarla a mi gusto. ¡Qué distintas serían las cosas! Cómo se ejerce el poder, no lo diré. Baste saber (para quien esté dispuesto a hacer el esfuerzo), que allá por el siglo XVIII, cuando se comenzaba a estudiar esa curiosidad de salón que entonces se llamaba "magnetismo animal" y hoy hipnosis, fueron descartados varios métodos por los investigadores "serios". Algunos de ellos no constituyen propiamente hipnotismo (en el sentido de que el estado de conciencia en el que entra el individuo es diferente del de una persona hipnotizada), pero sus efectos... bueno, lo verán por ustedes mismos. Debo haber pasado cerca de un año ensayando (y deben reconocer que es más constancia de lo habitual en un niño de doce años, que fue cuando comencé) antes de obtener el primer resultado, bastante vago, con mi profesora de Inglés... Cosa de nada; yo era un as en Inglés (y vaya que había de serlo, si tuve que leer varios libros en inglés para adquirir el poder), pero en esa ocasión, supongo que por lo abandonados que tenía los estudios, obtuve un deficiente, por lo que la profesora se preocupó y me dijo que me quedara para hablar conmigo. Era alta, morena, y debe haber tenido entonces unos 27 años; no una modelo, pero sí una mujer muy atractiva. En cuanto nos quedamos solos, me dirigí a su mesa con aire contrito, y ella comenzó a hablarme de que no era posible, que debía esforzarme mas... Aburrido y un poco molesto, de pronto la miré a los ojos y ejercí mi poder sobe ella. Vaciló, como si no se acordara de lo que estaba diciendo. - ¿Decía usted, profesora? - Sí, este... este... ehh... (¡Estaba funcionando! Sentí una fuerte erección y estuve a punto de perder el control necesario para dominarla. Había fantaseado a menudo con ella... dominarla... sentarla sobre la mesa...) - ¿Para qué me necesitaba, profesora? - Te necesitaba para... este... - Quería felicitarme por mi rendimiento, ¿no es cierto? - Sí, este... ¡Felicitaciones! Sigue así y serás el mejor del curso. - Y me dará un cariñoso abrazo de felicitación ¿no es así? Vacilante, como dudando de sus actos, se levantó y me dio un abrazo. Al hacerlo, por supuesto, se rompió el contacto visual; no habrá durado 10 segundos apretada contra mí (y contra mi pene erecto), cuando de pronto me soltó y me miró confundida, repentinamente dueña de sí. Antes de que pudiera decir nada, le dije "Gracias", procurando mostrarme tan confundido como ella, y me fui a toda prisa. A masturbarme, naturalmente; ¿quién no ha soñado alguna vez con poseer a una de sus profesoras? Y yo acababa de descubrir que por fin, después de haber hecho el ridículo tantas veces en intentos fallidos, podía dominar a mi voluntad, no sólo a ella, ¡sino a cualquier mujer que quisiera! Bueno, poco tardé en descubrir que estaba equivocado... en cuanto traté de dominar a mi vecina. Por más que la miré a los ojos y apliqué las técnicas, no conseguí obtener esa vacilación que señalaba el dominio de su mente. Todo lo más, me gané algunas miradas extrañadas... y un terrible dolor de cabeza. Poco a poco, sin embargo, fui dominando las técnicas, aunque muy lentamente. Creo que es posible que mis hormonas y mi paso a la pubertad tuviesen algo que ver con ello; aún no he conseguido aislar el factor que hacía que en ocasiones las técnicas fallara. Ahora, por supuesto, lo hago sin dificultad y casi automáticamente. En ese tiempo, con gran esfuerzo, conseguí que mi vecina (con quien me relacionaba de un balcón a otro; muy cerca, pero sin hacer contacto) realizara para mí una sensual sesión de modelaje y, en otra ocasión, que iniciara una breve masturbación sobre su falda. Yo solía en esa época esperar a que mi hermana se fuera a dormir la siesta a su habitación para ir a espiarla, pues a menudo lo hacía sólo en ropa interior. Fue cerca de tres meses después de lo ocurrido con mi profesora cuando, al comenzar a desvestirse, me descubrió atisbando por el umbral de la puerta y, antes de que yo pudiera moverme, la abrió. - ¡Qué estás haciendo ahí!- me gritó. Atemorizado, solo atiné a enderezarme y mirarla a los ojos. En ese instante, la mano que se alzaba para darme una bofetada de pronto se detuvo y me encontré mirando fijamente a mi hermana, que, con la boca abierta, parecía desconcertada. ¡La estaba dominando! Concentrando mi poder al máximo, seguí mirándola unos segundos. - ¿Qué sucede, hermanita? - Este... yo...- Su voz vacilaba, confusa, como si tuviese la mente en blanco y se viera forzada, no obstante, a contestar. - Tranquila, hermanita. Estás muy tensa. Relájate un poco Puse mis manos sobre sus hombros, mientras no despegaba mis ojos de los suyos. Sus pupilas se habían dilatado ligeramente, y la sentí relajarse bajo mis manos. Se veía muy hermosa, con su uniforme del colegio hasta la mitad del muslo, descalza, con la camisa a medio desabotonar; su expresión era a un tiempo confundida y relajada. - Eso es, hermanita. Relájate... mira mis ojos... Ibas a desvestirte, ¿no es así? - Sí..., pero... - dijo. - Entonces, continúa desvistiéndote... Quítate la falda. Una persona sometida a este poder no pierde la conciencia y sabe lo que está haciendo; sin embargo, no puede resistirse... le falta la voluntad para hacerlo, no puede pensar claramente; recibe sus pensamientos desde la persona que la domina. Mi hermana, por lo tanto, sabía que se estaba desvistiendo frente a su hermano... pero no podía evitarlo. Ni siquiera podía oponerse. Comenzó a quitarse la falda, vacilante. - Hazlo sensual, hermanita. Hazlo todo lo sensualmente que puedas. En sus ojos podía leerse un vago temor mientras cumplía mi orden, acariciándose suavemente a cada movimiento y en una posición que resaltaba todas sus curvas. Todo lo observaba yo con el rabillo del ojo; no podía arriesgarme aún a quitar mi mirada de la suya. Sin dejar de mirarla fijamente, apenas terminó de quitarse la falda, agarré su trasero y la atraje hacia mí. - Qué... ¿qué me estás haciendo?- - Relájate, hermanita... tranquila... no sucede nada... déjalo todo en mis manos... abandónate, déjate llevar... Ahora deseas sólo hacer lo que te pida... te gustará. Ibas a dormir, ¿no es cierto? Entonces déjame que te desvista... Mi hermana ya no oponía resistencia alguna; su rostro mostraba sólo una expresión algo confundida, como si no supiera qué pensar. Yo nunca he sido sometido a ese tipo de dominio, pero algunos lo han descrito como una falta total de responsabilidad e iniciativa. Sólo puede recordarse si las órdenes en ese sentido son muy fuertes y la salida de ese estado es lenta; la mente consciente no registra los lapsos en que no hay pensamiento. En la memoria de los sujetos queda sólo un vacío... y poco más. Ahora podía dejar de ejercer el control férreo que mantenía sobre ella hasta el momento y observar detenidamente su cuerpo mientras le quitaba la camisa. Sus piernas, lo que más me excitaba de ella, estaban llenos de detalles que nunca había visto; un lunar aquí y otro allá, pequeñas manchas de infancia; su piel era suave y cálida. Sus senos no eran demasiado grandes, pero estaban muy bien formados. Recorrí con mis manos su cuerpo de abajo hacia arriba, sin apretar demasiado. - Te excita que te acaricie, hermana. Comienzas a sentirte caliente... caliente... excitada...- La tomé de la nuca y le di un largo beso. Para mi sorpresa, me correspondió, sin entusiasmo, pero con un total abandono. Su beso, suave, y su cuerpo abandonado contra el mío fueron como un largo descanso, y me sentí excitado, pero sin prisa. Mi hermana se me abandonaba... La recosté sobre la cama y me desvestí. Comencé a acariciarla suavemente entre los muslos. Chicos, el secreto para excitar a una mujer es ir acariciándola lentamente, de abajo hacia arriba, acercándose a su sexo cada vez más, y, cada vez que se alcanza, acariciarle el vello púbico como en una suave cosquilla; luego los labios mayores... Pude notar cómo su respiración se aceleraba y cómo se humedecía; mirándola a los ojos, le dije: - Te sientes excitada... caliente. Quieres ser penetrada... ser penetrada por mí. Me deseas. Me deseas más que a nada en el mundo. Volví a besarla, y esta vez respondió con más intensidad; gimió. - Mastúrbate- le ordené. Podía oír sus jadeos mientras, sobre ella, le daba suaves mordiscos en el cuello y las orejas. No pude contenerme más; sentí que llegaba el orgasmo. Quité sus manos de su vagina y la penetré con cierta violencia. Gimió más fuerte, pero estaba húmeda y penetré profundamente en ella al tiempo que mi orgasmo llegaba. Quedé agotado un momento sobre ella; yo había acabado, pero ella no... La miré a la cara y supe que ya no saldría de mi dominio; toda la atención que podía reunir la concentraba en su anhelo físico de llegar al orgasmo: ¡estaba excitada! Me incorporé, me senté en el borde de su cama y la senté sobre mis muslos; la penetré nuevame con los restos de mi erección y comencé a explorarla con mis manos y mi boca, partiendo por sus preciosas piernas, que por fin podía tocar a mi regalado gusto, desde la pantorrillas hasta el trasero, mientras mi boca mordía sus pezones, ahora erectos. Pude sentir cómo comenzaba a jadear mientras se acercaba a su culminación, y mientras la oía mi erección crecia dentro de ella hasta que no pude más: mi segundo orgasmo llegó un segundo después de comenzado el suyo, pero ambos fueron largos y se confundieron. Era un momento peligroso. Apenas me recuperé, noté que comenzaba a moverse sobre mí, buscando mi pene ahora apenas recto dentro de ella... ¡voluntariamente! Comenzaba a recuperar su voluntad, pero aún no se daba cuenta de dónde estaba... y quería más! Tomé su cabeza y la miré fijamente a los ojos... y ella me besó apasionadamente, con un jadeo. No pude contenerme; la di vuelta y la tendí sobre la cama otra vez... y me lancé sobre ella, besándola, mordiéndola, masajeando su senos... - Hermanito... hermanito...- jadeaba ella. Ella alcanzó su segundo orgasmo; yo no. Me agarraba fuertemente por los hombros, y me besaba en la boca con desesperación, casi rompiéndomela. Cuando terminó, quedamos los dos tendidos sobre la cama, abrazados, besándonos, acariciándonos mucho... y sonriendo. Permanecimos así el resto de la tarde; nuestros padres llegaron a las siete, y tuvimos tiempo de ducharnos juntos. Mi hermana no se mostraba hostil hacia mí; me acariciaba el pene con frecuencia y me besaba con una mezcla de pasión, ternura... y morbo. Hicimos el amor casi todos los días durante el resto del año; aunque la dominé otras muchas veces más (nada me causa la excitación de ver cómo una mujer, mi hermana, satisface todas mis fantasías; dominar a una mujer es por sí misma una experiencia sexual aunque no se llegue a la cama), ella se acostaba conmigo voluntariamente y me entregaba su cuerpo como un regalo... tal como yo había imaginado que sería. Nos escondíamos a veces en algún lugar, estando nuestros padres en casa, sólo a disfrutar de las caricias en nuestros cuerpos. Ella se fue al final de ese año, a estudiar, muy lejos de casa; cuando volvió a visitarnos, yo ya no la deseaba con tanto ímpetu y con el tiempo no volvimos a hacerlo. Pero esa es otra historia. FIN

lunes, 5 de abril de 2010

Capítulo 6: Transporte (1º Parte)

Tenía que ir a Capital. Ir con el auto es imposible: embotellamientos de tránsito, fortunas en estacionamiento y el riesgo que te multen por una u otra estupidez. Con toda la paciencia del mundo tomé el colectivo (omnibús, metro o como quieran llamarlo en otras latitudes). De paso me servía para salir a cazar. Hacía rato que no lo hacía y quería evitar a toda costa caer en la tentación de intentarlo con las nuevas pacientes.
El colectivo venía bastante lleno, por lo menos como para tener que viajar parado. Miré alrededor, nada importante o por lo menos que me llamase la atención. Hasta que a menos de diez minutos de iniciado mi viaje, SUBIÓ.
Rubia, pelo lacio hasta no más de los hombros, maquillada discreta pero sugestivamente. De poca estatura, considero que no pasaba el metro sesenta y cinco ni los 22 años, pero con un cuerpo tan bien proporcionado que la convertía en una diosa en miniatura. El azar y haber dejado el lugar exacto, hicieron que se parase a mi lado. Su perfume era embriagador y olía fuerte, salvaje, excitante.
A poco de compartir el viaje se levantó una señora de su asiento, justo frente a nosotros. Me miró para tantear si me sentaba yo en el lugar disponible (si bien me mantengo muy joven para mi edad, se notaba que era bastante mayor que ella). Le sonreí y le ofrecí el asiento. Me devolvió una tímida sonrisa y se sentó. Ahí llegué a una primera conclusión. No le producía rechazo. Si lograba entablar conversación en el momento oportuno no iba a encontrar suficiente resistencia.
La mala fortuna hizo que la persona que estaba sentada al lado de ella no se levantase. Mientras tanto ella había sacado de su cartera unos papeles y los leía detenidamente. Por lo que pude observar, no me encontraba a mucha distancia y además la observaba "desde arriba", se trataba de una demanda judicial y dictaminaba que una parte debía abonarle a la otra una suma de dinero en concepto de indemnización laboral. De que parte se encontraba la rubia no lo podía dilucidar. ¿Era la demandante? ¿Era la demandada? Mientras leía, pasaba la mano por su cabello, hacía bastante calor en la calle y mucho más en el transporte público. A cada rato aprovechaba para girar su cuello intentando descontracturarlo y de paso miraba hacia el pasillo, donde me encontraba yo parado. No voy a vanagloriarme de que lo hacía para mirarme a mí, pero en esos giros que hacía con su cuello cada tanto me miraba.
No se si por haber terminado de leer o porque debía bajarse ya, la rubia guardó los papeles y a los pocos minutos se levantó de su asiento. A mi me faltaba bastante más para llegar a destino, pero tiempo era lo que me sobraba. Había suspendido los turnos para dedicarme a hacer mi trámite sin ningún apuro. La idea original era caminar tranquilo por las calles del centro de la ciudad y mirar algunas vidrieras de ropa, música y libros. Podía hacerlo en otro momento así que decidí bajar con ella. Me di cuenta que estábamos a pocas cuadras de los Tribunales, una zona repleta de estudios de abogados. Ella caminaba delante mío y movía su cola con una cadencia que podía infartar al más desprevenido. Lamentablemente no tenía una cola muy carnosa, para lucir semejante pavoneo, pero eso era lo de menos. Si lograba "cazarla" pronto tendría una cola que hiciera juego con ese vaivén.
Se detuvo en la esquina, esperando que el semáforo le diera la oportunidad de cruzar la avenida. Aproveché para ponerme a la par. Giró la cabeza y me observó. Estoy seguro que me reconoció.
- ¿Asuntos legales? -le solté sin preambulos intuyendo la cara de sorpresa que iba a poner.
La caza comenzaba...

martes, 23 de febrero de 2010

Capítulo 5: Cazando la presa (2º Parte)

Me pasé toda la noche en mi cuarto, casi sin dormir, estudiando detenidamente la foto de la mamá de Paula que había logrado introducir en mi computadora. Estudié cada detalle. Anoté en una libreta de apuntes todo lo que había podido investigar sobre esa mujer: sus gustos en materia de vestimenta, que leía, que tipo de cine apreciaba más, cuales eran sus salidas predilectas, que tipo de comidas solía hacer para su marido. Afortunadamente Paula sentía una inmensa necesidad de traer nuevamente a la madre a sus recuerdos y una vez que comenzó a hablar fue casi imposible detenerla. Me había confesado que hacía años que no hablaba de ella ya que con el único que podía hacerlo era con su padrastro, pero que él rehusaba a hablar del tema porque lo ponía extremadamente mal. Al cabo de no menos de tres horas tenía un informe detalladísimo de la mamá de Paula que ni siquiera los servicios secretos hubiesen podido conseguir. Superada la primera etapa de mi plan, había que dar comienzo a la segunda.

Para esa época mi asistente era Rosa. Era una mujer mayor, con una edad cercana a los sesenta años, que había comenzado a trabajar conmigo desde el mismo momento en que instalé mi consultorio. Yo era muy joven, ocupaba mucho tiempo en perfeccionar mis estudios y el poco tiempo libre que me quedaba lo consumía en juergas de juventud. Por ese motivo necesitaba alguien responsable que no solamente se encargara de administrarme los turnos de los pacientes, sino que debía cumplir un rol casi maternal conmigo, llamándome por teléfono a mi departamento cuando me quedaba dormido, encargándose de que comiese al mediodía y administrando un poco el caos administrativo que muchas veces se provocaba al tener una vida un tanto irregular. Rosa era solterona pero en alguna que otra conversación me manifestó sus deseos de haber podido formar una familia o, aunque más no sea, pasar los últimos años de su vida en compañía de un amor de la vejez. Mi egoismo me hacía notar que no era para nada conveniente que mi asistente encontrase un hombre, por lo que no la alentaba en absoluto a que pudiese intentar alguna relación. Pensaba que si otra cosa ocupaba su mente me iba a descuidar a mí o mejor dicho a mis asuntos profesionales y, en ese entonces, yo necesitaba imperiosamente de toda la atención de Rosa. Es más, en algún momento aproveché la curiosidad que sintió por la hipnosis y ante un pedido de ella a que la ayudara a fumar un poco menos aproveché para ponerla en trance y sugestionarla para que le tomara cierta aversión a cualquier persona que intentara entrar en confianza con ella, más allá de lo que es el trato formal y cordial de cualquier persona. Como a todo paciente que cae bajo mi poder hipnótico, a Rosa también le dejé un trigger o sugestión post-hipnótica para que entrara en trance al escuchar una palabra determinada. Eso me sirvió para hacer algunas travesuras, como por ejemplo, inducirla a que me hiciese una determinada comida o "convencerla" de que se hiciese pasar por mi mamá para espantar alguna "noviecita" un tanto pesada. Pero sabía, desde siempre, que Rosa había guardado en lo más profundo de su subconsciente el deseo de tener una pareja. Y era el momento de permitírselo, pero con ciertas condiciones.

La llamé por teléfono y argumentando la necesidad de que me trajese unos papeles le pedí que se acercara hacia el pueblo. Más que molestarle la idea de tener que hacer el viaje, a Rosa la sola modificación de su vida rutinaria y aburrida, la motivaba al punto de notar un gran entusiasmo al recibir la noticia. En poco tiempo ya estaba conmigo en el hospedaje. Reservé una habitación para ella, cenamos en el bodegón donde ya había estado la noche anterior y al cabo de la cena le pedí que nos juntáramos en alguna de las dos habitaciones para trabajar sobre el material que le había solicitado traer. Una vez reunidos en mi habitación, serví un cognac para ambos y antes de ponernos a trabajar le pregunté:

- ¿Cuánto hace que estamos juntos, Rosa?
- Gran parte de tu vida, Miguel y unos buenos años de la mía
- ¿No sientes deseos de jubilarte?
- ¿Para qué? ¿Para marchitarme sola en mi departamento? ¿O acaso ya soy un estorbo para tí? Si es así...
- ¿Por qué no te callas? Nunca fuiste ni serás un estorbo, al contrario, yo lo he sido para tí. Por haberme malcriado atendiéndome tanto no te has dado siquiera la oportunidad de intentar hacer otro tipo de vida.
- Soy muy feliz con la vida que me tocó desde que te conocí. Fueron los mejores años de mi vida.
- Gracias, pero todavía no entiendo como alguien tan culto y agradable como vos no haya podido tener una relación.
- A decir verdad yo a veces también me lo pregunto. Hace muchos años, cuando recién había comenzado a trabajar para tí, estaba convencida que en algún momento me iba a llegar la hora de conocer a alguien, pero luego, vaya uno a saber por qué, cuando una persona se me acercaba con el propósito de interesarse un poco más de lo normal, por uno u otro motivo sentía cierto rechazo hacia esa persona y prefería no darle cabida en mi vida.
- ¿Ahora te arrepientes de eso?
- Ya es demasiado tarde, hasta para arrepentirse. Pero seguro que no me has traido hasta aquí para hablar de mi, ¿no es cierto?
- No, discúlpame soy un BABIEKA

La mirada de Rosa, que ya se encontraba un tanto perdida al añorar épocas pasadas, quedó definitivamente flotando en la nada. Hacía mucho que no usaba la palabra "llave" en mi asistente y por un momento dudé de la efectividad de la misma. Me levanté y me serví otra copa de cognac. Noté que nunca se percató de mis movimientos. Pasé una mano por delante de su rostro y ni se inmutó. Ahora estaba más seguro. Me senté frente a ella, le pedí que mirase profundamente mis ojos y comencé el recitado:

- Rosa, quiero que prestes absoluta atención a mis palabras. Cada cosa que te diga, penetrará directamente en tu subconciente y se transformará en una idea propia, como si hubiese nacido en tu mente. Hoy liberaremos viejas barreras que te han impedido hasta el día de hoy tener la felicidad completa. Hoy, con mi ayuda, serás una nueva persona, plena de dicha y felicidad. ¿Quieres alcanzar esa felicidad Rosa? ¿Quieres cumplir tus sueños más ocultos?
- Si....quiero
- Perfecto Rosa, quiero que mires detenidamente esta fotografía. Es la fotografía de una hermosa mujer, ¿no es así Rosa?
- Sí....es hermosa
- Hermosa, distinguida. Observa su corte de pelo. Es distinguido y a la vez sugestivo. Te encanta ese corte de pelo, ¿no es así, Rosa?
- Sí....es muy sugestivo....es muy distinguido
- Claro Rosa, claro que lo es. Observa también el tipo de ropa que usa. Es moderno pero a la vez atractivo. Son colores vivos, llamativos, llenos de vida. El solo mirarlos provoca paz y felicidad ¿no es cierto Rosa?
- Es un ....hermoso...vestido. Me atrapa....me encanta
- Claro Rosa, te encanta, no puedes quitarle los ojos de encima.
- No...puedo
- No puedes, claro que no puedes. Lo deseas, deseas ese corte, deseas ese vestido.
- Sí...lo deseo
- ¿Sabes que, Rosa? Mira detenidamente la foto. Imagínate a tí llevando ese vestido, usando ese peinado, renovando tu corte de pelo para que sea igual. Imaginalo Rosa, ¿puedes hacerlo?
- Sí....lo imagino
- Bueno, entonces mira detenidamente la foto y verás que ya no hay una mujer desconocida en la foto. Eres tu la de la foto. Eres tu con tu nuevo peinado y tu nuevo vestido. Estás mirando la foto de lo que tú quieres ser.
- Soy....soy.....yo ..... soy yo la de.....la foto
- Claro Rosa, eres tú. Ahora escucha atentamente.........

Al otro día, bien temprano en la mañana, escuché que golpeaban la puerta de mi habitación. Abrí todavía con los ojos pegados del sueño y encontré a Rosa en la puerta.
- Miguel, disculpa que te despierte tan temprano pero quería saber si me vas a necesitar en lo que resta de la mañana. Sucede que me he levantado con ganas de algo nuevo, ¿sabes? y he decidido darme una vuelta por la peluquería del pueblo. ¿Te molesta que lo haga?
- Para nada Rosa, no tenía pensado trabajar hasta después del mediodía.
- Ah perfecto, entonces también aprovecharé para renovar un poco mi vestuario. Estoy buscando algo que tengo en mente y quizás acá lo pueda encontrar.
- Ojalá así sea Rosa, tómate el tiempo que quieras y avísame ni bien llegas. Debemos continuar el proceso.
- ¿......el proceso?
- Sí...., el trabajo que debo entregar para que lo publiquen y por el que te hice venir. Lleva varias etapas y es como si fuera un proceso.
- Ah bueno, tu sabrás, luego nos vemos.

Todo funcionaba perfectamente. Hasta tenía la suerte de que Rosa tenía una fisonomía más que parecida a la madre de Paula. Casi la misma altura y la misma contextura física. Había averiguado que, entre las 6 y las 9 Paula iba a asistir a clases, por lo que tenía un margen suficiente de tiempo como para asistir, con mi acompañante, a la estación de servicio y encontrarme al padre de Paula. A eso de las 4 de la tarde, volvieron a golpear mi puerta. Al abrirla quedé helado de la sorpresa.

- ¿Y...que dices? Te has quedado duro. ¿Eso es bueno o malo?
- Bueno....yo diría que estupendo....pasa por favor.

Rosa ya no era, por lo menos fisicamente, la misma persona que había estado conmigo gran parte de la noche anterior. Ahora era casi un clon de la madre de Paula. Había pasado tanto tiempo memorizando la fotografía que había logrado imitar el más mínimo detalle del peinado. Además llevaba un vestido altamente similar al de la fotografía. Si bien el dibujo de la tela era parecido, los colores y la distribución de los dibujos lo hacían, a simple vista, casi idéntico. Necesitaba probarla en el campo de acción. Miré la hora. Quedaban por lo menos dos horas para que Paula se fuese al colegio. El tiempo suficiente como para continuar el proceso.

- Realmente Rosa, me has dejado anonadado. Tu cambio es excepcional. He quedado realmente BABIEKA....

Llegamos a la estación a eso de las 6 y media de la tarde. Como lo había supuesto, Paula ya no se encontraba. Detrás del mostrador estaba su padre poniendo a desgano en una bandeja dos pocillos de cafe con sendos vasos de agua. Entramos y él instintivamente levantó la vista. La sorpresa y el asombro hicieron el resto. La bandeja cayó al piso desparramando los cafés y el agua y haciendo añicos los pocillos y los vasos. Las cinco personas que estaban dentro interrumpieron lo que estaban haciendo a raíz del susto que les provocó el ruido. El padre de Paula, como si nada hubiese sucedido, no dejaba de quitarle los ojos de encima a Rosa.

- ¿Este hombre siempre recibe así a los clientes?
- Creeme que no, parece que algo, o "alguien" lo ha dejado hechizado

Rosa se puso colorada, bajó la mirada pero al instante le clavó la vista al viejo con una mirada terriblemente sugestiva.

Estuvimos no más de media hora. Tomamos un café y hablamos de banalidades. En todo momento el padre de Paula estuvo pendiente de los movimientos de Rosa y mi asistente, enterada del asunto, cada tanto giraba la cabeza y lo miraba con una tenue sonrisa en los labios. Cuando se levantó para preguntarle al viejo donde se encontraba el baño de damas, el tartamudeo nervioso del hombre me hizo pensar que si Rosa hubiese estado apurada no hubiese resistido el tiempo que tardó en escuchar la explicación. Cuando terminamos el café, nos levantamos y, en forma desentendida saludé.

- Oiga, doctor. Hoy a la noche juega Brasil y Chile. Promete ser lindo partido. Si quiere venir a verlo, la casa invita con una copa.
- Suena interesante, pero no creo que mi secretaria piense lo mismo
- Si la señora gusta venir, además de la copa de invitación me gustaría que probara algunos productos que fabricamos con mi hija en nuestro propio campito.

Rosa se dio por aludida y sonriendo seductoramente le contestó
- Realmente hace tiempo que he dejado de ver fútbol. Quizás sea hora de retomar el hábito. Y si viene con algo para acompañar el estómago la oferta suena irresistible. Considéreme su invitada.

Esta vez fue una botella de Coca la que rodó por el piso. Nos fuimos, conteniendo la risa, antes que se estropeara todo.
Al llegar al hospedaje volví a hipnotizar a Rosa y le pedí que "decidiese por su cuenta" cambiarse de ropa y darse un baño para mojar su cabello y que no pareciese tan igual al de la madre de Paula, cuando se presentase en la estación. El efecto en el viejo ya había funcionado y no quería que provocase ningún shock emotivo en Paula. Aprovechando que tenía a mi secretaria en trance hipnótico, tomé la libreta de apuntes y, con mucha paciencia, comencé a programarla para que tuviese más similitudes con la difunta esposa.

Al llegar a la estación, el viejo había preparado una mesa especial frente al televisor. Con copas, mantelería y cubiertos mucho más lujosos que los de rutina, había llenado la mesa de todo tipo de fiambres y quesos, todo acompañado por un muy buen vino. Se notaba que el padrastro de Paula había sacado lo mejor que le quedaba de su vestuario y olía a perfume como nunca había olido en los días anteriores. Paula, no entendiendo para nada que pasaba, había sido también forzada a ponerse una indumentaria para la ocasión y realmente estaba bellísima. Llevaba el pelo suelto, un vestido con un escote bastante sugerente que terminaba en una minifalda, dejando al descubierto un par de piernas como me las había imaginado: torneadas y repletas de vitalidad. Afortunadamente recordé que era demasiado niña por lo que pude controlar una excitación que comenzaba a doblegarme. El viejo, con toda galantería, nos dio la bienvenida (a decir verdad en todo momento se dirigió exclusivamente a Rosa) y nos invitó a tomar asiento. El partido estaba por empezar y, si bien el hombre no tenía la más mínima intención de mirarlo ya que sus ojos no podían despegarse de mi secretaria, tuvo que hacer un esfuerzo por cortesía y poner la vista en el televisor. Rosa aprovechó para ponerse a conversar con Paula y, como lo supuse, en menos de una hora las dos intimaban como dos viejas conocidas. Juro que no influí en nada para que esto suceda. A Paula le fascinaba la cultura de Rosa y su dulzura mientras que mi secretaria estaba maravillada y sorprendida en descubrir como una casi niña de 16 años podía tener tanta madurez y a su vez tanta ingenuidad e inocencia. En un momento se levantaron de la mesa y se dirigieron detrás del mostrador. Haciéndome el distraido noté que Paula le mostraba a Rosa el funcionamiento de la máquina de café express y que mi veterana asistente prestaba tanta atención como si estuviese recibiendo una clase magistral. Luego se dirigieron afuera y pasearon entre los surtidores de combustible. Otra vez Paula le enseñaba a su nueva amiga como funcionaban. En esto no puedo decir que no tuve participación. Rosa, bajo hipnosis, había sido inducida a interesarse por el funcionamiento de una estación de servicio y estaba obedeciendo a la perfección. Mientras mirábamos el resto del partido se nos unieron "las chicas" a la mesa con una bandeja y cuatro cafés. La novedad era que los había preparado Rosa bajo las indicaciones que un momento atrás había recibido de Paula. El padre de la muchacha lo halagó y lo alabó como si fuera el elixir más exquisito del planeta. La estocada final la di yo cuando saqué mi notebook del maletín y me ofrecí a mostrarle a Paula que tan cierto era lo que ella escuchaba en el colegio acerca de esas pequeñas computadoras que cabían en un maletín. Aproveché para dejar al padre de la muchacha a solas con Rosa, quien había sido sugestionada para que le resultase interesante y atractiva la conversación que podria darle el viejo. Una hora después, cuando ya nos retirábamos, Rosa me comentó, delante de todos, que el caballero la había invitado a su pequeño campo al otro día para mostrarle como era la vida en ese lugar y de donde habían salido todos los manjares que había puesto en la mesa. Obviamente di mi conformidad a cambio de que Paula me ayudará a clasificar algunos documentos.

Cinco días después ya era el momento de dejar el pueblo y de constatar si el plan había funcionado. En esos días intenté estar muy cerca de Paula y le enseñé varias cosas sobre mi trabajo al punto de interesarla bastante. Rosa dividía su tiempo en la compañía del viejo, que no había dejado lugar por visitar, y en las maratónicas sesiones de hipnosis que nos ocupaban largas horas de la noche. Rosa ya no era mi antigua asistente sino una copia fiel de la madre de Paula. Cada día le sonsacaba al viejo más y más información y me la contaba a mi bajo hipnosis. Esa información me servía para seguir programándola. Sólo faltaba la estocada final.

Y se produjo un día antes de que avisáramos que íbamos a irnos. Paula apareció en mi departamento con el recado de que su padre quería verme urgente. Fui hasta la estación y lo encontré esperándome.
- Doctor Miguel, necesito hablar urgentemente con usted en nombre de Rosa
- ¿Qué le ha sucedido a Rosa?
- Despreocúpese, ella está de maravillas. Ese quizás sea el motivo de mi llamado
- No le comprendo
- Bueno, ella tiene mucha verguenza de hablar con usted, por eso me he tomado el atrevimiento de hacer de intermediario.
- Sigo sin entender
- Imagino que habrá notado que Rosa se ha sentido muy atraida hacia este tipo de vida, que es bastante original para aquellas personas como ustedes que son de ciudad.
- Sí, lo he notado. Y no creo que se haya sentido atraída solo por el estilo de vida. Creo que usted ha tenido algo que ver en el asunto.
- Para que negarlo. A mi nunca me pasó con ninguna mujer lo que me pasó con Rosa. Desde que falleció la mamá de Paula que yo no pude sentir nada por nadie. Pero desde que apareció esta mujer mi vida ha dado un vuelco inesperado. Y creo que a ella le pasa lo mismo.
- ¿Y entonces?
- Entonces que estuvimos hablando y a ella le gustaría probar vivir esta vida y, también por supuesto, intentar ver si la podemos vivir juntos. Ya somos grandes, y creo que cada uno a su manera ha tenido una vida difícil y merece terminar el resto de sus días en buena compañía.
- No lo dudo y me alegra mucho. Ella es una excelente persona y de usted he tenido buenas referencias, pero sabrá que me genera un problema.
- Sí, no me diga nada, lo dejo sin asistente
- Exacto, salvo que podamos retomar esa conversación que quedó trunca días atrás.
- ¿Usted insiste en que Paula puede serle útil y a la vez ser feliz en la ciudad?
- Mucho más, ahora que la he conocido con más profundidad. ¿Entonces....?
- Si ella está de acuerdo, yo no tengo nada que objetar. Entre Rosa y yo nos haremos cargo de la estación y del campito.
- ¿Entonces puedo hablar con ella y ofrecerle el puesto de Rosa?
- Tendrá mi bendición.

Al otro día, Paula y yo nos despedíamos del pueblo mientras Rosa y el viejo nos despedían a nosotros desde el playón de la estación de servicio. Comenzaba una vida nueva para Paula, vaya si iba a hacer una vida nueva.

Pero eso se los cuento en otra oportunidad.

lunes, 22 de febrero de 2010

Capítulo 4: Como conocí a Paula (1º Parte)

Conocí a Paula hace ya un poco más de diez años. Ella, con tan solo quince años, atendía una estación de servicio en un pueblo perdido del interior del país. Yo, debiendo asistir a dar una conferencia en un congreso de psicología, había decidido ir en mi automóvil desechando los pasajes en avión que me habían otorgado los organizadores. Ya en ese momento se libraba en mi interior una lucha entre el bien y el mal, por tanto me resultaba hasta terapéutico manejar durante algunas horas con el fin de poner en claro algunos pensamientos. El destino quizo que tuviese que parar en esa estación de servicio y la conociese.

Paula, a pesar de estar en su adolescencia temprana, ya tenía una belleza impactante. Su rostro era perfecto, tu tez extremadamente blanca y su piel de una perfección rara vez observada. Si bien su rostro transmitía expresiones de ingenuidad e inocencia típico de las chicas "del interior", con un poco de imaginación uno podía adivinar que, con algunas pequeñas transformaciones, Paula podía pasar, desde ser una ángel hasta convertirse en una mujer fatal, por todos los estados intermedios. Su cuerpo mostraba una tonicidad y una armonía que se justificaba por estar a cargo de todas las tareas en ese lugar de trabajo, lo que la obligaba a desarrollar su cuerpo como no lo hubiese podido hacer mejor cualquier gimnasio de la gran metrópoli. Atendía los surtidores de combustible, atendía la caja, preparaba los pedidos que le hacían de las mesas en el shop de la estación y además se encargaba de abastecer y mantener la limpieza del lugar. Todo eso mientras su padre, mejor dicho su padrastro, pasaba el día mirando la televisión, conversando o jugando a las cartas con los habitues del lugar.

Ese día me demoré más de la cuenta en ese lugar, solo para observar a Paula. El santo que llevaba dentro de mi cabeza me decía que debía llevarme a esa chiquilla de allí para comenzar a prepararla como mi futura asistente, dado que la que tenía era ya una señora mayor más próxima a la jubilación que a seguir acompañandome. La inteligencia y la manera de tratar a la gente, con una dulzura pero a la vez una determinación impropias de su edad, la convertían en alguien muy potable para ser pulido y convertido en una excelente asistente. Lo preocupante fue que el diablo que convivía también en mi cabeza estaba totalmente de acuerdo en que me llevase a ese ejemplar, pero para irlo transformando, desde esa edad temprana, en la mujer ideal de todo hombre, a base de poner en práctica todas esas técnicas de manipulación y reprogramación de la mente humana que ya me estaban haciendo conocido internacionalmente. Y Paula era la persona ideal para experimentar.

En ese momento decidí no hacer nada al respecto y seguí camino hacia mi conferencia. A la vuelta, volví a pasar intencionalmente por la estación de servicio, pero esta vez con la excusa de buscar un lugar tranquilo en el pueblo para descansar. Me quedé varios días tratando de poner en práctica un plan para poder llevarme a Paula. Comencé hablando con ella, ya que si bien me hospedaba en el pueblo, iba a la estación 4 veces al día: a desayunar, a almorzar, a merendar y a cenar. Eso me permitió establecer un contacto muy fluido con ella. Le pregunté si estudiaba y me dijo que sí, que le encantaba aprender, que todo lo que aprendía intentaba volcarlo en su trabajo pero que justamente las obligaciones laborales a veces le impedían ir todos los días al colegio. Le pregunté si ganaba un buen sueldo y me contestó que se conformaba con poder tener un techo y comida ya que entendía que su padrastro no tenía ninguna obligación de mantenerla y mucho menos después del fallecimiento de su madre. Quise saber si conocía Buenos Aires y me dijo que no pero, con un brillo especial en los ojos me replicó que uno de sus primeros sueños en la vida era poder conocer la gran ciudad. Cuando me atreví a tantearla sobre que opinaba con tener un trabajo seguro y mucho menos esforzado, incluyendo vivienda obviamente, con un interesante sueldo y bajo mis órdenes, enseguida replicó que por ahora iba a ser imposible ya que no podía ser desagradecida con su padrastro y que ella era consciente que era la única que podía hacerse cargo de la atención del lugar. Supuse que por ese lado no iba a llegar a nada productivo y pensé que debía intentar por el lado del padrastro.

Aproveché una tarde que estaban televisando un partido amistoso de la Selección Argentina y, entre comentarios futbolísticos y aprovechando la finalización del primer tiempo, le pregunté si realmente su hija era tan inteligente como parecía.

- Es mucho más que eso. Hace el trabajo de 3 personas aquí dentro.
- ¿Y ese es el futuro que usted pretende para ella?
- ¿Por qué me lo pregunta?
- Porque creo que su hija tiene un futuro brillante fuera de aquí. Puede tener un trabajo más acorde a sus inquietudes, y un fin de adolescencia un poco más desahogado que lo que tuvo que soportar hasta el momento.
- ¿Y usted que sabe lo que ella sufrió o tuvo que soportar? ¿Acaso ella le dijo algo?
- No, quédese tranquilo. Ella no me dijo nada, al contrario, está convencida que debe estar aquí como una forma de agradecimiento hacia el hecho de que usted la criase cuando falleció su madre.
- Y así debe de ser. Si yo no me hubiese cruzado en su vida vaya usted a saber por que orfanato andaría. No tiene ninguna familia.
- ¿Y si yo me hiciese cargo de ella?
- No creo que sea negocio. Yo ya estoy viejo para andar haciendo todo este trabajo, no tengo compañera ni creo que a esta altura la vaya a tener y Paula es mi único salvoconducto para tener una vejez digna con las ganancias de este negocio.
- ¿Y nunca pensó en vender?
- ¿Para qué? Para consumir lo que me queda de vida sentado en la puerta de mi casa, esperando que venga la muerte a buscarme. No mi amigo, esta es mi vida. Así como está, está bien. Y demos por terminada la conversación que empieza el segundo tiempo del partido.

A esa altura ya me estaba desesperando. No encontraba la manera de poder llevarme a Paula bajo su total voluntad y la de su padrastro. Sabía que no me iba a servir utilizar mis dones hipnóticos ya que no tenía el tiempo suficiente como para poder reprogramar una mente para que tome decisiones tan transcendentales. Esa noche no fui a cenar a la estación de servicio y me fui a comer a un bodegón que se encontraba en la calle céntrica de la ciudad. Al cabo de un par de horas reconocí a un parroquiano tomando unas copas al que había visto antes en la estación. Lo invité a un par de copas más y cuando supuse que su lengua ya estaría lo suficientemente suelta le pedí que me hablara del padrastro de Laura. Me confió que era un buen hombre, que había querido demasiado a la madre de la chica, que no había podido soportar su muerte y que solo había criado a Laura por cumplir la última promesa de la señora, pero que nunca había sentido un afecto especial hacia la chica. Le pregunté si nunca antes había intentado rehacer su vida sentimental y me contó que lo había intentado algunas veces pero que ninguna mujer lograba adaptarse a sus manías de viejo, mucho menos cuando él les exigía que imitasen a su difunta pareja no solamente en la forma de vestir o de hablar, sino también en las diferentes formas de proceder ante cuaquier situación. Es el día de hoy que agradezco haberme cruzado con ese personaje pueblerino. A partir de allí tuve más que claro el plan a seguir para poder hacerme de Paula o, mejor dicho, para que el padrastro de la chica me implore que la saque de su vida.

Volví a encontrarme con Paula a la mañana siguiente. Luego de entrar un poquito más en confianza le pedí que me hablase de su madre. Haciéndome el interasado con lo que la chica me iba contando, le fui pidiendo que me la describiese, sus gustos, su manera de ser, sus virtudes, sus defectos. Al cabo de casi una hora Paula, que hacía años que no hablaba tanto de su madre con alguien, me dio una descripción detalladísima de su persona. Me mostré sumamente emocionado con la conversación y le pregunté si ella había salido tan hermosa a su madre. Luego de superar el sonrojamiento de su rostro me dijo que creía que había salido parecida a ella ya que nunca había conocido a su padre biológico. Aproveché para preguntarle si conservaba una foto de su madre. Agradecida por el interés que le demostraba, no tardó en abrir un portadocumentos de su mochila y mostrarme una foto de cuerpo entero de su madre, junto a ella. Le pedí que por favor me trajera un cafe y, aprovechando que me había dejado unos minutos a solas, logré escanear la foto con el pequeño scanner que tenía en la laptop. El plan estaba en marcha y tanto el santo y el demonio que convivían dentro de mí, por diferentes motivos dejaron de molestarme porque los dos creían que el fin último era hacerme de Paula.