miércoles, 25 de julio de 2012

HERMANA



 Desde niño había estado obsesionado por poseer a una mujer (la hermana mayor). Enseguida aprendió como hacerlo. Siempre he sido un lector apasionado y versátil; un ratón de biblioteca. En determinadas épocas llegué a leer, durante las vacaciones, tres o cuatro libros diarios. Por el tiempo en que adquirí (aprendí) lo que llamaré 'el poder' tenía 13 años, era un alumno regular de secundaria y pasaba casi todo el tiempo en que no estaba en clases en la biblioteca de la ciudad, curioseando. No tenía demasiados amigos (salvo, claro está, otros lectores, con los que sólo podía hablar de libros), y no había tenido aún mi primera novia; vale, que era virgen, y mis noches estaban pobladas de masturbación y fantasías eróticas. La mayoría de tales fantasías tenían como protagonista a mi hermana mayor, que tenía en esa época 18 años, y que era - y es- una adolescente muy bien formada, de un metro setenta y unas medidas que nunca calculé; lo que más me excitaba de ella eran sus piernas, largas y bien formadas, especialmente cuando vestía el uniforme del colegio, que usaba muy corto. Por lo demás, nunca intimamos demasiado (al menos, antes de lo que voy a referir); su personalidad era sumamente dominante, y como hermano menor me miraba bastante en menos. De más está decir que la espiaba con disimulo (y probablemente ella lo sabía) siempre que tenía ocasión; mis noches se llenaban de imágenes de ella entrando en mi habitación, como un regalo o un premio, y permitiéndome penetrarla y tocarla a mi gusto. ¡Qué distintas serían las cosas! Cómo se ejerce el poder, no lo diré. Baste saber (para quien esté dispuesto a hacer el esfuerzo), que allá por el siglo XVIII, cuando se comenzaba a estudiar esa curiosidad de salón que entonces se llamaba "magnetismo animal" y hoy hipnosis, fueron descartados varios métodos por los investigadores "serios". Algunos de ellos no constituyen propiamente hipnotismo (en el sentido de que el estado de conciencia en el que entra el individuo es diferente del de una persona hipnotizada), pero sus efectos... bueno, lo verán por ustedes mismos. Debo haber pasado cerca de un año ensayando (y deben reconocer que es más constancia de lo habitual en un niño de doce años, que fue cuando comencé) antes de obtener el primer resultado, bastante vago, con mi profesora de Inglés... Cosa de nada; yo era un as en Inglés (y vaya que había de serlo, si tuve que leer varios libros en inglés para adquirir el poder), pero en esa ocasión, supongo que por lo abandonados que tenía los estudios, obtuve un deficiente, por lo que la profesora se preocupó y me dijo que me quedara para hablar conmigo. Era alta, morena, y debe haber tenido entonces unos 27 años; no una modelo, pero sí una mujer muy atractiva. En cuanto nos quedamos solos, me dirigí a su mesa con aire contrito, y ella comenzó a hablarme de que no era posible, que debía esforzarme mas... Aburrido y un poco molesto, de pronto la miré a los ojos y ejercí mi poder sobe ella. Vaciló, como si no se acordara de lo que estaba diciendo. - ¿Decía usted, profesora? - Sí, este... este... ehh... (¡Estaba funcionando! Sentí una fuerte erección y estuve a punto de perder el control necesario para dominarla. Había fantaseado a menudo con ella... dominarla... sentarla sobre la mesa...) - ¿Para qué me necesitaba, profesora? - Te necesitaba para... este... - Quería felicitarme por mi rendimiento, ¿no es cierto? - Sí, este... ¡Felicitaciones! Sigue así y serás el mejor del curso. - Y me dará un cariñoso abrazo de felicitación ¿no es así? Vacilante, como dudando de sus actos, se levantó y me dio un abrazo. Al hacerlo, por supuesto, se rompió el contacto visual; no habrá durado 10 segundos apretada contra mí (y contra mi pene erecto), cuando de pronto me soltó y me miró confundida, repentinamente dueña de sí. Antes de que pudiera decir nada, le dije "Gracias", procurando mostrarme tan confundido como ella, y me fui a toda prisa. A masturbarme, naturalmente; ¿quién no ha soñado alguna vez con poseer a una de sus profesoras? Y yo acababa de descubrir que por fin, después de haber hecho el ridículo tantas veces en intentos fallidos, podía dominar a mi voluntad, no sólo a ella, ¡sino a cualquier mujer que quisiera! Bueno, poco tardé en descubrir que estaba equivocado... en cuanto traté de dominar a mi vecina. Por más que la miré a los ojos y apliqué las técnicas, no conseguí obtener esa vacilación que señalaba el dominio de su mente. Todo lo más, me gané algunas miradas extrañadas... y un terrible dolor de cabeza. Poco a poco, sin embargo, fui dominando las técnicas, aunque muy lentamente. Creo que es posible que mis hormonas y mi paso a la pubertad tuviesen algo que ver con ello; aún no he conseguido aislar el factor que hacía que en ocasiones las técnicas fallara. Ahora, por supuesto, lo hago sin dificultad y casi automáticamente. En ese tiempo, con gran esfuerzo, conseguí que mi vecina (con quien me relacionaba de un balcón a otro; muy cerca, pero sin hacer contacto) realizara para mí una sensual sesión de modelaje y, en otra ocasión, que iniciara una breve masturbación sobre su falda. Yo solía en esa época esperar a que mi hermana se fuera a dormir la siesta a su habitación para ir a espiarla, pues a menudo lo hacía sólo en ropa interior. Fue cerca de tres meses después de lo ocurrido con mi profesora cuando, al comenzar a desvestirse, me descubrió atisbando por el umbral de la puerta y, antes de que yo pudiera moverme, la abrió. - ¡Qué estás haciendo ahí!- me gritó. Atemorizado, solo atiné a enderezarme y mirarla a los ojos. En ese instante, la mano que se alzaba para darme una bofetada de pronto se detuvo y me encontré mirando fijamente a mi hermana, que, con la boca abierta, parecía desconcertada. ¡La estaba dominando! Concentrando mi poder al máximo, seguí mirándola unos segundos. - ¿Qué sucede, hermanita? - Este... yo...- Su voz vacilaba, confusa, como si tuviese la mente en blanco y se viera forzada, no obstante, a contestar. - Tranquila, hermanita. Estás muy tensa. Relájate un poco Puse mis manos sobre sus hombros, mientras no despegaba mis ojos de los suyos. Sus pupilas se habían dilatado ligeramente, y la sentí relajarse bajo mis manos. Se veía muy hermosa, con su uniforme del colegio hasta la mitad del muslo, descalza, con la camisa a medio desabotonar; su expresión era a un tiempo confundida y relajada. - Eso es, hermanita. Relájate... mira mis ojos... Ibas a desvestirte, ¿no es así? - Sí..., pero... - dijo. - Entonces, continúa desvistiéndote... Quítate la falda. Una persona sometida a este poder no pierde la conciencia y sabe lo que está haciendo; sin embargo, no puede resistirse... le falta la voluntad para hacerlo, no puede pensar claramente; recibe sus pensamientos desde la persona que la domina. Mi hermana, por lo tanto, sabía que se estaba desvistiendo frente a su hermano... pero no podía evitarlo. Ni siquiera podía oponerse. Comenzó a quitarse la falda, vacilante. - Hazlo sensual, hermanita. Hazlo todo lo sensualmente que puedas. En sus ojos podía leerse un vago temor mientras cumplía mi orden, acariciándose suavemente a cada movimiento y en una posición que resaltaba todas sus curvas. Todo lo observaba yo con el rabillo del ojo; no podía arriesgarme aún a quitar mi mirada de la suya. Sin dejar de mirarla fijamente, apenas terminó de quitarse la falda, agarré su trasero y la atraje hacia mí. - Qué... ¿qué me estás haciendo?- - Relájate, hermanita... tranquila... no sucede nada... déjalo todo en mis manos... abandónate, déjate llevar... Ahora deseas sólo hacer lo que te pida... te gustará. Ibas a dormir, ¿no es cierto? Entonces déjame que te desvista... Mi hermana ya no oponía resistencia alguna; su rostro mostraba sólo una expresión algo confundida, como si no supiera qué pensar. Yo nunca he sido sometido a ese tipo de dominio, pero algunos lo han descrito como una falta total de responsabilidad e iniciativa. Sólo puede recordarse si las órdenes en ese sentido son muy fuertes y la salida de ese estado es lenta; la mente consciente no registra los lapsos en que no hay pensamiento. En la memoria de los sujetos queda sólo un vacío... y poco más. Ahora podía dejar de ejercer el control férreo que mantenía sobre ella hasta el momento y observar detenidamente su cuerpo mientras le quitaba la camisa. Sus piernas, lo que más me excitaba de ella, estaban llenos de detalles que nunca había visto; un lunar aquí y otro allá, pequeñas manchas de infancia; su piel era suave y cálida. Sus senos no eran demasiado grandes, pero estaban muy bien formados. Recorrí con mis manos su cuerpo de abajo hacia arriba, sin apretar demasiado. - Te excita que te acaricie, hermana. Comienzas a sentirte caliente... caliente... excitada...- La tomé de la nuca y le di un largo beso. Para mi sorpresa, me correspondió, sin entusiasmo, pero con un total abandono. Su beso, suave, y su cuerpo abandonado contra el mío fueron como un largo descanso, y me sentí excitado, pero sin prisa. Mi hermana se me abandonaba... La recosté sobre la cama y me desvestí. Comencé a acariciarla suavemente entre los muslos. Chicos, el secreto para excitar a una mujer es ir acariciándola lentamente, de abajo hacia arriba, acercándose a su sexo cada vez más, y, cada vez que se alcanza, acariciarle el vello púbico como en una suave cosquilla; luego los labios mayores... Pude notar cómo su respiración se aceleraba y cómo se humedecía; mirándola a los ojos, le dije: - Te sientes excitada... caliente. Quieres ser penetrada... ser penetrada por mí. Me deseas. Me deseas más que a nada en el mundo. Volví a besarla, y esta vez respondió con más intensidad; gimió. - Mastúrbate- le ordené. Podía oír sus jadeos mientras, sobre ella, le daba suaves mordiscos en el cuello y las orejas. No pude contenerme más; sentí que llegaba el orgasmo. Quité sus manos de su vagina y la penetré con cierta violencia. Gimió más fuerte, pero estaba húmeda y penetré profundamente en ella al tiempo que mi orgasmo llegaba. Quedé agotado un momento sobre ella; yo había acabado, pero ella no... La miré a la cara y supe que ya no saldría de mi dominio; toda la atención que podía reunir la concentraba en su anhelo físico de llegar al orgasmo: ¡estaba excitada! Me incorporé, me senté en el borde de su cama y la senté sobre mis muslos; la penetré nuevame con los restos de mi erección y comencé a explorarla con mis manos y mi boca, partiendo por sus preciosas piernas, que por fin podía tocar a mi regalado gusto, desde la pantorrillas hasta el trasero, mientras mi boca mordía sus pezones, ahora erectos. Pude sentir cómo comenzaba a jadear mientras se acercaba a su culminación, y mientras la oía mi erección crecia dentro de ella hasta que no pude más: mi segundo orgasmo llegó un segundo después de comenzado el suyo, pero ambos fueron largos y se confundieron. Era un momento peligroso. Apenas me recuperé, noté que comenzaba a moverse sobre mí, buscando mi pene ahora apenas recto dentro de ella... ¡voluntariamente! Comenzaba a recuperar su voluntad, pero aún no se daba cuenta de dónde estaba... y quería más! Tomé su cabeza y la miré fijamente a los ojos... y ella me besó apasionadamente, con un jadeo. No pude contenerme; la di vuelta y la tendí sobre la cama otra vez... y me lancé sobre ella, besándola, mordiéndola, masajeando su senos... - Hermanito... hermanito...- jadeaba ella. Ella alcanzó su segundo orgasmo; yo no. Me agarraba fuertemente por los hombros, y me besaba en la boca con desesperación, casi rompiéndomela. Cuando terminó, quedamos los dos tendidos sobre la cama, abrazados, besándonos, acariciándonos mucho... y sonriendo. Permanecimos así el resto de la tarde; nuestros padres llegaron a las siete, y tuvimos tiempo de ducharnos juntos. Mi hermana no se mostraba hostil hacia mí; me acariciaba el pene con frecuencia y me besaba con una mezcla de pasión, ternura... y morbo. Hicimos el amor casi todos los días durante el resto del año; aunque la dominé otras muchas veces más (nada me causa la excitación de ver cómo una mujer, mi hermana, satisface todas mis fantasías; dominar a una mujer es por sí misma una experiencia sexual aunque no se llegue a la cama), ella se acostaba conmigo voluntariamente y me entregaba su cuerpo como un regalo... tal como yo había imaginado que sería. Nos escondíamos a veces en algún lugar, estando nuestros padres en casa, sólo a disfrutar de las caricias en nuestros cuerpos. Ella se fue al final de ese año, a estudiar, muy lejos de casa; cuando volvió a visitarnos, yo ya no la deseaba con tanto ímpetu y con el tiempo no volvimos a hacerlo. Pero esa es otra historia. FIN