Tenía que ir a Capital. Ir con el auto es imposible: embotellamientos de tránsito, fortunas en estacionamiento y el riesgo que te multen por una u otra estupidez. Con toda la paciencia del mundo tomé el colectivo (omnibús, metro o como quieran llamarlo en otras latitudes). De paso me servía para salir a cazar. Hacía rato que no lo hacía y quería evitar a toda costa caer en la tentación de intentarlo con las nuevas pacientes.
El colectivo venía bastante lleno, por lo menos como para tener que viajar parado. Miré alrededor, nada importante o por lo menos que me llamase la atención. Hasta que a menos de diez minutos de iniciado mi viaje, SUBIÓ.
Rubia, pelo lacio hasta no más de los hombros, maquillada discreta pero sugestivamente. De poca estatura, considero que no pasaba el metro sesenta y cinco ni los 22 años, pero con un cuerpo tan bien proporcionado que la convertía en una diosa en miniatura. El azar y haber dejado el lugar exacto, hicieron que se parase a mi lado. Su perfume era embriagador y olía fuerte, salvaje, excitante.
A poco de compartir el viaje se levantó una señora de su asiento, justo frente a nosotros. Me miró para tantear si me sentaba yo en el lugar disponible (si bien me mantengo muy joven para mi edad, se notaba que era bastante mayor que ella). Le sonreí y le ofrecí el asiento. Me devolvió una tímida sonrisa y se sentó. Ahí llegué a una primera conclusión. No le producía rechazo. Si lograba entablar conversación en el momento oportuno no iba a encontrar suficiente resistencia.
La mala fortuna hizo que la persona que estaba sentada al lado de ella no se levantase. Mientras tanto ella había sacado de su cartera unos papeles y los leía detenidamente. Por lo que pude observar, no me encontraba a mucha distancia y además la observaba "desde arriba", se trataba de una demanda judicial y dictaminaba que una parte debía abonarle a la otra una suma de dinero en concepto de indemnización laboral. De que parte se encontraba la rubia no lo podía dilucidar. ¿Era la demandante? ¿Era la demandada? Mientras leía, pasaba la mano por su cabello, hacía bastante calor en la calle y mucho más en el transporte público. A cada rato aprovechaba para girar su cuello intentando descontracturarlo y de paso miraba hacia el pasillo, donde me encontraba yo parado. No voy a vanagloriarme de que lo hacía para mirarme a mí, pero en esos giros que hacía con su cuello cada tanto me miraba.
No se si por haber terminado de leer o porque debía bajarse ya, la rubia guardó los papeles y a los pocos minutos se levantó de su asiento. A mi me faltaba bastante más para llegar a destino, pero tiempo era lo que me sobraba. Había suspendido los turnos para dedicarme a hacer mi trámite sin ningún apuro. La idea original era caminar tranquilo por las calles del centro de la ciudad y mirar algunas vidrieras de ropa, música y libros. Podía hacerlo en otro momento así que decidí bajar con ella. Me di cuenta que estábamos a pocas cuadras de los Tribunales, una zona repleta de estudios de abogados. Ella caminaba delante mío y movía su cola con una cadencia que podía infartar al más desprevenido. Lamentablemente no tenía una cola muy carnosa, para lucir semejante pavoneo, pero eso era lo de menos. Si lograba "cazarla" pronto tendría una cola que hiciera juego con ese vaivén.
Se detuvo en la esquina, esperando que el semáforo le diera la oportunidad de cruzar la avenida. Aproveché para ponerme a la par. Giró la cabeza y me observó. Estoy seguro que me reconoció.
- ¿Asuntos legales? -le solté sin preambulos intuyendo la cara de sorpresa que iba a poner.
La caza comenzaba...
Terapia de "Inducción por Vibración"
Hace 8 años