lunes, 5 de abril de 2010

Capítulo 6: Transporte (1º Parte)

Tenía que ir a Capital. Ir con el auto es imposible: embotellamientos de tránsito, fortunas en estacionamiento y el riesgo que te multen por una u otra estupidez. Con toda la paciencia del mundo tomé el colectivo (omnibús, metro o como quieran llamarlo en otras latitudes). De paso me servía para salir a cazar. Hacía rato que no lo hacía y quería evitar a toda costa caer en la tentación de intentarlo con las nuevas pacientes.
El colectivo venía bastante lleno, por lo menos como para tener que viajar parado. Miré alrededor, nada importante o por lo menos que me llamase la atención. Hasta que a menos de diez minutos de iniciado mi viaje, SUBIÓ.
Rubia, pelo lacio hasta no más de los hombros, maquillada discreta pero sugestivamente. De poca estatura, considero que no pasaba el metro sesenta y cinco ni los 22 años, pero con un cuerpo tan bien proporcionado que la convertía en una diosa en miniatura. El azar y haber dejado el lugar exacto, hicieron que se parase a mi lado. Su perfume era embriagador y olía fuerte, salvaje, excitante.
A poco de compartir el viaje se levantó una señora de su asiento, justo frente a nosotros. Me miró para tantear si me sentaba yo en el lugar disponible (si bien me mantengo muy joven para mi edad, se notaba que era bastante mayor que ella). Le sonreí y le ofrecí el asiento. Me devolvió una tímida sonrisa y se sentó. Ahí llegué a una primera conclusión. No le producía rechazo. Si lograba entablar conversación en el momento oportuno no iba a encontrar suficiente resistencia.
La mala fortuna hizo que la persona que estaba sentada al lado de ella no se levantase. Mientras tanto ella había sacado de su cartera unos papeles y los leía detenidamente. Por lo que pude observar, no me encontraba a mucha distancia y además la observaba "desde arriba", se trataba de una demanda judicial y dictaminaba que una parte debía abonarle a la otra una suma de dinero en concepto de indemnización laboral. De que parte se encontraba la rubia no lo podía dilucidar. ¿Era la demandante? ¿Era la demandada? Mientras leía, pasaba la mano por su cabello, hacía bastante calor en la calle y mucho más en el transporte público. A cada rato aprovechaba para girar su cuello intentando descontracturarlo y de paso miraba hacia el pasillo, donde me encontraba yo parado. No voy a vanagloriarme de que lo hacía para mirarme a mí, pero en esos giros que hacía con su cuello cada tanto me miraba.
No se si por haber terminado de leer o porque debía bajarse ya, la rubia guardó los papeles y a los pocos minutos se levantó de su asiento. A mi me faltaba bastante más para llegar a destino, pero tiempo era lo que me sobraba. Había suspendido los turnos para dedicarme a hacer mi trámite sin ningún apuro. La idea original era caminar tranquilo por las calles del centro de la ciudad y mirar algunas vidrieras de ropa, música y libros. Podía hacerlo en otro momento así que decidí bajar con ella. Me di cuenta que estábamos a pocas cuadras de los Tribunales, una zona repleta de estudios de abogados. Ella caminaba delante mío y movía su cola con una cadencia que podía infartar al más desprevenido. Lamentablemente no tenía una cola muy carnosa, para lucir semejante pavoneo, pero eso era lo de menos. Si lograba "cazarla" pronto tendría una cola que hiciera juego con ese vaivén.
Se detuvo en la esquina, esperando que el semáforo le diera la oportunidad de cruzar la avenida. Aproveché para ponerme a la par. Giró la cabeza y me observó. Estoy seguro que me reconoció.
- ¿Asuntos legales? -le solté sin preambulos intuyendo la cara de sorpresa que iba a poner.
La caza comenzaba...

martes, 23 de febrero de 2010

Capítulo 5: Cazando la presa (2º Parte)

Me pasé toda la noche en mi cuarto, casi sin dormir, estudiando detenidamente la foto de la mamá de Paula que había logrado introducir en mi computadora. Estudié cada detalle. Anoté en una libreta de apuntes todo lo que había podido investigar sobre esa mujer: sus gustos en materia de vestimenta, que leía, que tipo de cine apreciaba más, cuales eran sus salidas predilectas, que tipo de comidas solía hacer para su marido. Afortunadamente Paula sentía una inmensa necesidad de traer nuevamente a la madre a sus recuerdos y una vez que comenzó a hablar fue casi imposible detenerla. Me había confesado que hacía años que no hablaba de ella ya que con el único que podía hacerlo era con su padrastro, pero que él rehusaba a hablar del tema porque lo ponía extremadamente mal. Al cabo de no menos de tres horas tenía un informe detalladísimo de la mamá de Paula que ni siquiera los servicios secretos hubiesen podido conseguir. Superada la primera etapa de mi plan, había que dar comienzo a la segunda.

Para esa época mi asistente era Rosa. Era una mujer mayor, con una edad cercana a los sesenta años, que había comenzado a trabajar conmigo desde el mismo momento en que instalé mi consultorio. Yo era muy joven, ocupaba mucho tiempo en perfeccionar mis estudios y el poco tiempo libre que me quedaba lo consumía en juergas de juventud. Por ese motivo necesitaba alguien responsable que no solamente se encargara de administrarme los turnos de los pacientes, sino que debía cumplir un rol casi maternal conmigo, llamándome por teléfono a mi departamento cuando me quedaba dormido, encargándose de que comiese al mediodía y administrando un poco el caos administrativo que muchas veces se provocaba al tener una vida un tanto irregular. Rosa era solterona pero en alguna que otra conversación me manifestó sus deseos de haber podido formar una familia o, aunque más no sea, pasar los últimos años de su vida en compañía de un amor de la vejez. Mi egoismo me hacía notar que no era para nada conveniente que mi asistente encontrase un hombre, por lo que no la alentaba en absoluto a que pudiese intentar alguna relación. Pensaba que si otra cosa ocupaba su mente me iba a descuidar a mí o mejor dicho a mis asuntos profesionales y, en ese entonces, yo necesitaba imperiosamente de toda la atención de Rosa. Es más, en algún momento aproveché la curiosidad que sintió por la hipnosis y ante un pedido de ella a que la ayudara a fumar un poco menos aproveché para ponerla en trance y sugestionarla para que le tomara cierta aversión a cualquier persona que intentara entrar en confianza con ella, más allá de lo que es el trato formal y cordial de cualquier persona. Como a todo paciente que cae bajo mi poder hipnótico, a Rosa también le dejé un trigger o sugestión post-hipnótica para que entrara en trance al escuchar una palabra determinada. Eso me sirvió para hacer algunas travesuras, como por ejemplo, inducirla a que me hiciese una determinada comida o "convencerla" de que se hiciese pasar por mi mamá para espantar alguna "noviecita" un tanto pesada. Pero sabía, desde siempre, que Rosa había guardado en lo más profundo de su subconsciente el deseo de tener una pareja. Y era el momento de permitírselo, pero con ciertas condiciones.

La llamé por teléfono y argumentando la necesidad de que me trajese unos papeles le pedí que se acercara hacia el pueblo. Más que molestarle la idea de tener que hacer el viaje, a Rosa la sola modificación de su vida rutinaria y aburrida, la motivaba al punto de notar un gran entusiasmo al recibir la noticia. En poco tiempo ya estaba conmigo en el hospedaje. Reservé una habitación para ella, cenamos en el bodegón donde ya había estado la noche anterior y al cabo de la cena le pedí que nos juntáramos en alguna de las dos habitaciones para trabajar sobre el material que le había solicitado traer. Una vez reunidos en mi habitación, serví un cognac para ambos y antes de ponernos a trabajar le pregunté:

- ¿Cuánto hace que estamos juntos, Rosa?
- Gran parte de tu vida, Miguel y unos buenos años de la mía
- ¿No sientes deseos de jubilarte?
- ¿Para qué? ¿Para marchitarme sola en mi departamento? ¿O acaso ya soy un estorbo para tí? Si es así...
- ¿Por qué no te callas? Nunca fuiste ni serás un estorbo, al contrario, yo lo he sido para tí. Por haberme malcriado atendiéndome tanto no te has dado siquiera la oportunidad de intentar hacer otro tipo de vida.
- Soy muy feliz con la vida que me tocó desde que te conocí. Fueron los mejores años de mi vida.
- Gracias, pero todavía no entiendo como alguien tan culto y agradable como vos no haya podido tener una relación.
- A decir verdad yo a veces también me lo pregunto. Hace muchos años, cuando recién había comenzado a trabajar para tí, estaba convencida que en algún momento me iba a llegar la hora de conocer a alguien, pero luego, vaya uno a saber por qué, cuando una persona se me acercaba con el propósito de interesarse un poco más de lo normal, por uno u otro motivo sentía cierto rechazo hacia esa persona y prefería no darle cabida en mi vida.
- ¿Ahora te arrepientes de eso?
- Ya es demasiado tarde, hasta para arrepentirse. Pero seguro que no me has traido hasta aquí para hablar de mi, ¿no es cierto?
- No, discúlpame soy un BABIEKA

La mirada de Rosa, que ya se encontraba un tanto perdida al añorar épocas pasadas, quedó definitivamente flotando en la nada. Hacía mucho que no usaba la palabra "llave" en mi asistente y por un momento dudé de la efectividad de la misma. Me levanté y me serví otra copa de cognac. Noté que nunca se percató de mis movimientos. Pasé una mano por delante de su rostro y ni se inmutó. Ahora estaba más seguro. Me senté frente a ella, le pedí que mirase profundamente mis ojos y comencé el recitado:

- Rosa, quiero que prestes absoluta atención a mis palabras. Cada cosa que te diga, penetrará directamente en tu subconciente y se transformará en una idea propia, como si hubiese nacido en tu mente. Hoy liberaremos viejas barreras que te han impedido hasta el día de hoy tener la felicidad completa. Hoy, con mi ayuda, serás una nueva persona, plena de dicha y felicidad. ¿Quieres alcanzar esa felicidad Rosa? ¿Quieres cumplir tus sueños más ocultos?
- Si....quiero
- Perfecto Rosa, quiero que mires detenidamente esta fotografía. Es la fotografía de una hermosa mujer, ¿no es así Rosa?
- Sí....es hermosa
- Hermosa, distinguida. Observa su corte de pelo. Es distinguido y a la vez sugestivo. Te encanta ese corte de pelo, ¿no es así, Rosa?
- Sí....es muy sugestivo....es muy distinguido
- Claro Rosa, claro que lo es. Observa también el tipo de ropa que usa. Es moderno pero a la vez atractivo. Son colores vivos, llamativos, llenos de vida. El solo mirarlos provoca paz y felicidad ¿no es cierto Rosa?
- Es un ....hermoso...vestido. Me atrapa....me encanta
- Claro Rosa, te encanta, no puedes quitarle los ojos de encima.
- No...puedo
- No puedes, claro que no puedes. Lo deseas, deseas ese corte, deseas ese vestido.
- Sí...lo deseo
- ¿Sabes que, Rosa? Mira detenidamente la foto. Imagínate a tí llevando ese vestido, usando ese peinado, renovando tu corte de pelo para que sea igual. Imaginalo Rosa, ¿puedes hacerlo?
- Sí....lo imagino
- Bueno, entonces mira detenidamente la foto y verás que ya no hay una mujer desconocida en la foto. Eres tu la de la foto. Eres tu con tu nuevo peinado y tu nuevo vestido. Estás mirando la foto de lo que tú quieres ser.
- Soy....soy.....yo ..... soy yo la de.....la foto
- Claro Rosa, eres tú. Ahora escucha atentamente.........

Al otro día, bien temprano en la mañana, escuché que golpeaban la puerta de mi habitación. Abrí todavía con los ojos pegados del sueño y encontré a Rosa en la puerta.
- Miguel, disculpa que te despierte tan temprano pero quería saber si me vas a necesitar en lo que resta de la mañana. Sucede que me he levantado con ganas de algo nuevo, ¿sabes? y he decidido darme una vuelta por la peluquería del pueblo. ¿Te molesta que lo haga?
- Para nada Rosa, no tenía pensado trabajar hasta después del mediodía.
- Ah perfecto, entonces también aprovecharé para renovar un poco mi vestuario. Estoy buscando algo que tengo en mente y quizás acá lo pueda encontrar.
- Ojalá así sea Rosa, tómate el tiempo que quieras y avísame ni bien llegas. Debemos continuar el proceso.
- ¿......el proceso?
- Sí...., el trabajo que debo entregar para que lo publiquen y por el que te hice venir. Lleva varias etapas y es como si fuera un proceso.
- Ah bueno, tu sabrás, luego nos vemos.

Todo funcionaba perfectamente. Hasta tenía la suerte de que Rosa tenía una fisonomía más que parecida a la madre de Paula. Casi la misma altura y la misma contextura física. Había averiguado que, entre las 6 y las 9 Paula iba a asistir a clases, por lo que tenía un margen suficiente de tiempo como para asistir, con mi acompañante, a la estación de servicio y encontrarme al padre de Paula. A eso de las 4 de la tarde, volvieron a golpear mi puerta. Al abrirla quedé helado de la sorpresa.

- ¿Y...que dices? Te has quedado duro. ¿Eso es bueno o malo?
- Bueno....yo diría que estupendo....pasa por favor.

Rosa ya no era, por lo menos fisicamente, la misma persona que había estado conmigo gran parte de la noche anterior. Ahora era casi un clon de la madre de Paula. Había pasado tanto tiempo memorizando la fotografía que había logrado imitar el más mínimo detalle del peinado. Además llevaba un vestido altamente similar al de la fotografía. Si bien el dibujo de la tela era parecido, los colores y la distribución de los dibujos lo hacían, a simple vista, casi idéntico. Necesitaba probarla en el campo de acción. Miré la hora. Quedaban por lo menos dos horas para que Paula se fuese al colegio. El tiempo suficiente como para continuar el proceso.

- Realmente Rosa, me has dejado anonadado. Tu cambio es excepcional. He quedado realmente BABIEKA....

Llegamos a la estación a eso de las 6 y media de la tarde. Como lo había supuesto, Paula ya no se encontraba. Detrás del mostrador estaba su padre poniendo a desgano en una bandeja dos pocillos de cafe con sendos vasos de agua. Entramos y él instintivamente levantó la vista. La sorpresa y el asombro hicieron el resto. La bandeja cayó al piso desparramando los cafés y el agua y haciendo añicos los pocillos y los vasos. Las cinco personas que estaban dentro interrumpieron lo que estaban haciendo a raíz del susto que les provocó el ruido. El padre de Paula, como si nada hubiese sucedido, no dejaba de quitarle los ojos de encima a Rosa.

- ¿Este hombre siempre recibe así a los clientes?
- Creeme que no, parece que algo, o "alguien" lo ha dejado hechizado

Rosa se puso colorada, bajó la mirada pero al instante le clavó la vista al viejo con una mirada terriblemente sugestiva.

Estuvimos no más de media hora. Tomamos un café y hablamos de banalidades. En todo momento el padre de Paula estuvo pendiente de los movimientos de Rosa y mi asistente, enterada del asunto, cada tanto giraba la cabeza y lo miraba con una tenue sonrisa en los labios. Cuando se levantó para preguntarle al viejo donde se encontraba el baño de damas, el tartamudeo nervioso del hombre me hizo pensar que si Rosa hubiese estado apurada no hubiese resistido el tiempo que tardó en escuchar la explicación. Cuando terminamos el café, nos levantamos y, en forma desentendida saludé.

- Oiga, doctor. Hoy a la noche juega Brasil y Chile. Promete ser lindo partido. Si quiere venir a verlo, la casa invita con una copa.
- Suena interesante, pero no creo que mi secretaria piense lo mismo
- Si la señora gusta venir, además de la copa de invitación me gustaría que probara algunos productos que fabricamos con mi hija en nuestro propio campito.

Rosa se dio por aludida y sonriendo seductoramente le contestó
- Realmente hace tiempo que he dejado de ver fútbol. Quizás sea hora de retomar el hábito. Y si viene con algo para acompañar el estómago la oferta suena irresistible. Considéreme su invitada.

Esta vez fue una botella de Coca la que rodó por el piso. Nos fuimos, conteniendo la risa, antes que se estropeara todo.
Al llegar al hospedaje volví a hipnotizar a Rosa y le pedí que "decidiese por su cuenta" cambiarse de ropa y darse un baño para mojar su cabello y que no pareciese tan igual al de la madre de Paula, cuando se presentase en la estación. El efecto en el viejo ya había funcionado y no quería que provocase ningún shock emotivo en Paula. Aprovechando que tenía a mi secretaria en trance hipnótico, tomé la libreta de apuntes y, con mucha paciencia, comencé a programarla para que tuviese más similitudes con la difunta esposa.

Al llegar a la estación, el viejo había preparado una mesa especial frente al televisor. Con copas, mantelería y cubiertos mucho más lujosos que los de rutina, había llenado la mesa de todo tipo de fiambres y quesos, todo acompañado por un muy buen vino. Se notaba que el padrastro de Paula había sacado lo mejor que le quedaba de su vestuario y olía a perfume como nunca había olido en los días anteriores. Paula, no entendiendo para nada que pasaba, había sido también forzada a ponerse una indumentaria para la ocasión y realmente estaba bellísima. Llevaba el pelo suelto, un vestido con un escote bastante sugerente que terminaba en una minifalda, dejando al descubierto un par de piernas como me las había imaginado: torneadas y repletas de vitalidad. Afortunadamente recordé que era demasiado niña por lo que pude controlar una excitación que comenzaba a doblegarme. El viejo, con toda galantería, nos dio la bienvenida (a decir verdad en todo momento se dirigió exclusivamente a Rosa) y nos invitó a tomar asiento. El partido estaba por empezar y, si bien el hombre no tenía la más mínima intención de mirarlo ya que sus ojos no podían despegarse de mi secretaria, tuvo que hacer un esfuerzo por cortesía y poner la vista en el televisor. Rosa aprovechó para ponerse a conversar con Paula y, como lo supuse, en menos de una hora las dos intimaban como dos viejas conocidas. Juro que no influí en nada para que esto suceda. A Paula le fascinaba la cultura de Rosa y su dulzura mientras que mi secretaria estaba maravillada y sorprendida en descubrir como una casi niña de 16 años podía tener tanta madurez y a su vez tanta ingenuidad e inocencia. En un momento se levantaron de la mesa y se dirigieron detrás del mostrador. Haciéndome el distraido noté que Paula le mostraba a Rosa el funcionamiento de la máquina de café express y que mi veterana asistente prestaba tanta atención como si estuviese recibiendo una clase magistral. Luego se dirigieron afuera y pasearon entre los surtidores de combustible. Otra vez Paula le enseñaba a su nueva amiga como funcionaban. En esto no puedo decir que no tuve participación. Rosa, bajo hipnosis, había sido inducida a interesarse por el funcionamiento de una estación de servicio y estaba obedeciendo a la perfección. Mientras mirábamos el resto del partido se nos unieron "las chicas" a la mesa con una bandeja y cuatro cafés. La novedad era que los había preparado Rosa bajo las indicaciones que un momento atrás había recibido de Paula. El padre de la muchacha lo halagó y lo alabó como si fuera el elixir más exquisito del planeta. La estocada final la di yo cuando saqué mi notebook del maletín y me ofrecí a mostrarle a Paula que tan cierto era lo que ella escuchaba en el colegio acerca de esas pequeñas computadoras que cabían en un maletín. Aproveché para dejar al padre de la muchacha a solas con Rosa, quien había sido sugestionada para que le resultase interesante y atractiva la conversación que podria darle el viejo. Una hora después, cuando ya nos retirábamos, Rosa me comentó, delante de todos, que el caballero la había invitado a su pequeño campo al otro día para mostrarle como era la vida en ese lugar y de donde habían salido todos los manjares que había puesto en la mesa. Obviamente di mi conformidad a cambio de que Paula me ayudará a clasificar algunos documentos.

Cinco días después ya era el momento de dejar el pueblo y de constatar si el plan había funcionado. En esos días intenté estar muy cerca de Paula y le enseñé varias cosas sobre mi trabajo al punto de interesarla bastante. Rosa dividía su tiempo en la compañía del viejo, que no había dejado lugar por visitar, y en las maratónicas sesiones de hipnosis que nos ocupaban largas horas de la noche. Rosa ya no era mi antigua asistente sino una copia fiel de la madre de Paula. Cada día le sonsacaba al viejo más y más información y me la contaba a mi bajo hipnosis. Esa información me servía para seguir programándola. Sólo faltaba la estocada final.

Y se produjo un día antes de que avisáramos que íbamos a irnos. Paula apareció en mi departamento con el recado de que su padre quería verme urgente. Fui hasta la estación y lo encontré esperándome.
- Doctor Miguel, necesito hablar urgentemente con usted en nombre de Rosa
- ¿Qué le ha sucedido a Rosa?
- Despreocúpese, ella está de maravillas. Ese quizás sea el motivo de mi llamado
- No le comprendo
- Bueno, ella tiene mucha verguenza de hablar con usted, por eso me he tomado el atrevimiento de hacer de intermediario.
- Sigo sin entender
- Imagino que habrá notado que Rosa se ha sentido muy atraida hacia este tipo de vida, que es bastante original para aquellas personas como ustedes que son de ciudad.
- Sí, lo he notado. Y no creo que se haya sentido atraída solo por el estilo de vida. Creo que usted ha tenido algo que ver en el asunto.
- Para que negarlo. A mi nunca me pasó con ninguna mujer lo que me pasó con Rosa. Desde que falleció la mamá de Paula que yo no pude sentir nada por nadie. Pero desde que apareció esta mujer mi vida ha dado un vuelco inesperado. Y creo que a ella le pasa lo mismo.
- ¿Y entonces?
- Entonces que estuvimos hablando y a ella le gustaría probar vivir esta vida y, también por supuesto, intentar ver si la podemos vivir juntos. Ya somos grandes, y creo que cada uno a su manera ha tenido una vida difícil y merece terminar el resto de sus días en buena compañía.
- No lo dudo y me alegra mucho. Ella es una excelente persona y de usted he tenido buenas referencias, pero sabrá que me genera un problema.
- Sí, no me diga nada, lo dejo sin asistente
- Exacto, salvo que podamos retomar esa conversación que quedó trunca días atrás.
- ¿Usted insiste en que Paula puede serle útil y a la vez ser feliz en la ciudad?
- Mucho más, ahora que la he conocido con más profundidad. ¿Entonces....?
- Si ella está de acuerdo, yo no tengo nada que objetar. Entre Rosa y yo nos haremos cargo de la estación y del campito.
- ¿Entonces puedo hablar con ella y ofrecerle el puesto de Rosa?
- Tendrá mi bendición.

Al otro día, Paula y yo nos despedíamos del pueblo mientras Rosa y el viejo nos despedían a nosotros desde el playón de la estación de servicio. Comenzaba una vida nueva para Paula, vaya si iba a hacer una vida nueva.

Pero eso se los cuento en otra oportunidad.

lunes, 22 de febrero de 2010

Capítulo 4: Como conocí a Paula (1º Parte)

Conocí a Paula hace ya un poco más de diez años. Ella, con tan solo quince años, atendía una estación de servicio en un pueblo perdido del interior del país. Yo, debiendo asistir a dar una conferencia en un congreso de psicología, había decidido ir en mi automóvil desechando los pasajes en avión que me habían otorgado los organizadores. Ya en ese momento se libraba en mi interior una lucha entre el bien y el mal, por tanto me resultaba hasta terapéutico manejar durante algunas horas con el fin de poner en claro algunos pensamientos. El destino quizo que tuviese que parar en esa estación de servicio y la conociese.

Paula, a pesar de estar en su adolescencia temprana, ya tenía una belleza impactante. Su rostro era perfecto, tu tez extremadamente blanca y su piel de una perfección rara vez observada. Si bien su rostro transmitía expresiones de ingenuidad e inocencia típico de las chicas "del interior", con un poco de imaginación uno podía adivinar que, con algunas pequeñas transformaciones, Paula podía pasar, desde ser una ángel hasta convertirse en una mujer fatal, por todos los estados intermedios. Su cuerpo mostraba una tonicidad y una armonía que se justificaba por estar a cargo de todas las tareas en ese lugar de trabajo, lo que la obligaba a desarrollar su cuerpo como no lo hubiese podido hacer mejor cualquier gimnasio de la gran metrópoli. Atendía los surtidores de combustible, atendía la caja, preparaba los pedidos que le hacían de las mesas en el shop de la estación y además se encargaba de abastecer y mantener la limpieza del lugar. Todo eso mientras su padre, mejor dicho su padrastro, pasaba el día mirando la televisión, conversando o jugando a las cartas con los habitues del lugar.

Ese día me demoré más de la cuenta en ese lugar, solo para observar a Paula. El santo que llevaba dentro de mi cabeza me decía que debía llevarme a esa chiquilla de allí para comenzar a prepararla como mi futura asistente, dado que la que tenía era ya una señora mayor más próxima a la jubilación que a seguir acompañandome. La inteligencia y la manera de tratar a la gente, con una dulzura pero a la vez una determinación impropias de su edad, la convertían en alguien muy potable para ser pulido y convertido en una excelente asistente. Lo preocupante fue que el diablo que convivía también en mi cabeza estaba totalmente de acuerdo en que me llevase a ese ejemplar, pero para irlo transformando, desde esa edad temprana, en la mujer ideal de todo hombre, a base de poner en práctica todas esas técnicas de manipulación y reprogramación de la mente humana que ya me estaban haciendo conocido internacionalmente. Y Paula era la persona ideal para experimentar.

En ese momento decidí no hacer nada al respecto y seguí camino hacia mi conferencia. A la vuelta, volví a pasar intencionalmente por la estación de servicio, pero esta vez con la excusa de buscar un lugar tranquilo en el pueblo para descansar. Me quedé varios días tratando de poner en práctica un plan para poder llevarme a Paula. Comencé hablando con ella, ya que si bien me hospedaba en el pueblo, iba a la estación 4 veces al día: a desayunar, a almorzar, a merendar y a cenar. Eso me permitió establecer un contacto muy fluido con ella. Le pregunté si estudiaba y me dijo que sí, que le encantaba aprender, que todo lo que aprendía intentaba volcarlo en su trabajo pero que justamente las obligaciones laborales a veces le impedían ir todos los días al colegio. Le pregunté si ganaba un buen sueldo y me contestó que se conformaba con poder tener un techo y comida ya que entendía que su padrastro no tenía ninguna obligación de mantenerla y mucho menos después del fallecimiento de su madre. Quise saber si conocía Buenos Aires y me dijo que no pero, con un brillo especial en los ojos me replicó que uno de sus primeros sueños en la vida era poder conocer la gran ciudad. Cuando me atreví a tantearla sobre que opinaba con tener un trabajo seguro y mucho menos esforzado, incluyendo vivienda obviamente, con un interesante sueldo y bajo mis órdenes, enseguida replicó que por ahora iba a ser imposible ya que no podía ser desagradecida con su padrastro y que ella era consciente que era la única que podía hacerse cargo de la atención del lugar. Supuse que por ese lado no iba a llegar a nada productivo y pensé que debía intentar por el lado del padrastro.

Aproveché una tarde que estaban televisando un partido amistoso de la Selección Argentina y, entre comentarios futbolísticos y aprovechando la finalización del primer tiempo, le pregunté si realmente su hija era tan inteligente como parecía.

- Es mucho más que eso. Hace el trabajo de 3 personas aquí dentro.
- ¿Y ese es el futuro que usted pretende para ella?
- ¿Por qué me lo pregunta?
- Porque creo que su hija tiene un futuro brillante fuera de aquí. Puede tener un trabajo más acorde a sus inquietudes, y un fin de adolescencia un poco más desahogado que lo que tuvo que soportar hasta el momento.
- ¿Y usted que sabe lo que ella sufrió o tuvo que soportar? ¿Acaso ella le dijo algo?
- No, quédese tranquilo. Ella no me dijo nada, al contrario, está convencida que debe estar aquí como una forma de agradecimiento hacia el hecho de que usted la criase cuando falleció su madre.
- Y así debe de ser. Si yo no me hubiese cruzado en su vida vaya usted a saber por que orfanato andaría. No tiene ninguna familia.
- ¿Y si yo me hiciese cargo de ella?
- No creo que sea negocio. Yo ya estoy viejo para andar haciendo todo este trabajo, no tengo compañera ni creo que a esta altura la vaya a tener y Paula es mi único salvoconducto para tener una vejez digna con las ganancias de este negocio.
- ¿Y nunca pensó en vender?
- ¿Para qué? Para consumir lo que me queda de vida sentado en la puerta de mi casa, esperando que venga la muerte a buscarme. No mi amigo, esta es mi vida. Así como está, está bien. Y demos por terminada la conversación que empieza el segundo tiempo del partido.

A esa altura ya me estaba desesperando. No encontraba la manera de poder llevarme a Paula bajo su total voluntad y la de su padrastro. Sabía que no me iba a servir utilizar mis dones hipnóticos ya que no tenía el tiempo suficiente como para poder reprogramar una mente para que tome decisiones tan transcendentales. Esa noche no fui a cenar a la estación de servicio y me fui a comer a un bodegón que se encontraba en la calle céntrica de la ciudad. Al cabo de un par de horas reconocí a un parroquiano tomando unas copas al que había visto antes en la estación. Lo invité a un par de copas más y cuando supuse que su lengua ya estaría lo suficientemente suelta le pedí que me hablara del padrastro de Laura. Me confió que era un buen hombre, que había querido demasiado a la madre de la chica, que no había podido soportar su muerte y que solo había criado a Laura por cumplir la última promesa de la señora, pero que nunca había sentido un afecto especial hacia la chica. Le pregunté si nunca antes había intentado rehacer su vida sentimental y me contó que lo había intentado algunas veces pero que ninguna mujer lograba adaptarse a sus manías de viejo, mucho menos cuando él les exigía que imitasen a su difunta pareja no solamente en la forma de vestir o de hablar, sino también en las diferentes formas de proceder ante cuaquier situación. Es el día de hoy que agradezco haberme cruzado con ese personaje pueblerino. A partir de allí tuve más que claro el plan a seguir para poder hacerme de Paula o, mejor dicho, para que el padrastro de la chica me implore que la saque de su vida.

Volví a encontrarme con Paula a la mañana siguiente. Luego de entrar un poquito más en confianza le pedí que me hablase de su madre. Haciéndome el interasado con lo que la chica me iba contando, le fui pidiendo que me la describiese, sus gustos, su manera de ser, sus virtudes, sus defectos. Al cabo de casi una hora Paula, que hacía años que no hablaba tanto de su madre con alguien, me dio una descripción detalladísima de su persona. Me mostré sumamente emocionado con la conversación y le pregunté si ella había salido tan hermosa a su madre. Luego de superar el sonrojamiento de su rostro me dijo que creía que había salido parecida a ella ya que nunca había conocido a su padre biológico. Aproveché para preguntarle si conservaba una foto de su madre. Agradecida por el interés que le demostraba, no tardó en abrir un portadocumentos de su mochila y mostrarme una foto de cuerpo entero de su madre, junto a ella. Le pedí que por favor me trajera un cafe y, aprovechando que me había dejado unos minutos a solas, logré escanear la foto con el pequeño scanner que tenía en la laptop. El plan estaba en marcha y tanto el santo y el demonio que convivían dentro de mí, por diferentes motivos dejaron de molestarme porque los dos creían que el fin último era hacerme de Paula.

sábado, 20 de febrero de 2010

Capítulo 3: Descarga directa

- Paula, vení por favor

Paula se levantó de su asiento y se dirigió solícita a mi encuentro. Es una excelente persona y una más que eficiente colaboradora. Ya habrá tiempo para hablar de ella y contarles su historia. Por lo pronto, y sin importarle la hora avanzada, estaba de pie, junto a la puerta de mi consultorio, acudiendo a mi llamado.

- Gracias por haberte quedado, Paula. Quiero que sepas que era imprescindible que estuvieses aquí, de otro modo sabes que te hubiese permitido que te marchases.

- No tiene por que preocuparse doctor. Usted sabe que está todo más que bien.

- No es eso lo que me preocupa. Me aflige que voy a tener que retenerte un tiempito más, pero no puedo irme a mi casa en estas condiciones.

- No entiendo, doctor. ¿Qué le sucede? ¿En que puedo ayudarle?

- En lo que me has venido ayudando todo este tiempo, BABIEKA

Todos los músculos del cuerpo de Paula se tensaron. Su mirada se clavó en un punto cualquiera delante de sus ojos y por unos segundos quedó inmóvil, atacada por imperceptibles contracciones musculares. Luego su cuerpo comenzó a relajarse mientras la expresión de su rostro comenzaba a mutar. La mirada sumisa, serena y respetuosa que acompañaba a Paula en todo momento se iba transformando en una mirada felina y cargada de seducción. Sus labios comenzaban a dibujar una tenue sonrisa excitante y su cuerpo se erguía adoptando la parada de una top model. Lentamente comenzó a caminar hacia el privado que yo tenía en mi consultorio con un andar provocativo, balanceando sugestivamente sus caderas y acompañando el movimiento sensual de una cola que yo sabía que era perfecta. Al tiempo que entraba en el privado, con una mano comenzaba a liberar su negro pelo lacio que mantenía retenido con hebillas en forma de pequeño rodete.

Respiré profundamente tratando de relajarme. La excitación que me invadía era muy grande. Por unos instantes cerré los ojos y la imagen de la Sra. Torenstein, dormida, con su expresión de entrega en el rostro, y el pelo recién cortado en capas flotando más allá de la altura de sus hombros ocupó todos mis pensamientos. Volví a la realidad cuando escuché el sonido de la puerta del privado al abrirse.

Paula, en realidad ya no era Paula, salía nuevamente con su andar felino y provocador. Pero esta vez su corto pelo negro, hasta la base del cuello, caía libremente mostrando un flequillo perfectamente recortado a la altura de sus cejas. Llevaba un maquillaje discreto pero altamente sugerente y su mirada y su boca ligeramente entreabierta eran una invitación a perderse en la lujuria. Lucía un cat suit de latex negro como única indumentaria, más allá de sus zapatos de taco alto al tono. Por adelante, el cat suit estaba asegurado por una cremallera que nacía en su pubis y finalizaba a la altura de unos senos que parecían a punto de explotar, unos pechos turgentes, perfectos y redondos, frutos de una de las tantas cirugías a las que se había sometido mi asistente, producto de mis caprichos y deseos. Por detrás, el cat suit era una pieza enteriza, desde la nuca hasta los talones, exhibiendo un cuerpo sublime, con formas y curvas que años de todo tipo de gimnasias modeladoras y alguna otra cirugía, habían llevado hasta la perfección. Las únicas partes del escultural cuerpo de Paula que no estaban cubiertas por el latex eran su rostro, la parte delantera del cuello, los cuartos interiores de sus pechos y sus manos. Y algo más, un par de orificios en la tela, uno a la altura de su totalmente depilada vagina y el otro frente a su orificio anal.

Paula se paró delante del escritorio, mantuvo recta su pierna derecha, inclinó ligeramente su pierna izquierda, flexionando la rodilla hacia adelante, levantó su hombro izquierdo, volcando suavemente su cuarpo hacia el lado opuesto, y con una voz sugerente y erotizante me dijo:

- Amo, estoy a su entera disposición.

La observé y la deseé como siempre. Después de todo era mi invención, era el producto de años y años de trabajo. Cada milímetro de su cuerpo estaba allí gracias a mi aprobación, lo que no me gustaba había sido extraído a base de ejercicios o de cirugías. Cada neurona de su mente funcionaba bajo mi absoluta voluntad. Era mi mascota, mi muñeca, mi sirvienta, mi esclava. O quizás no era nada. Era solo mi idealización de la mujer perfecta hecha carne y hueso. Quizás era un hada a la que podía hacer aparecer y desaparecer a mi antojo y en cualquier circunstancia.

Me puse de pie lentamente, observando el deseo y la excitación en su rostro. Cuando la tuve frente a mí, pasé mi mano entre su pelo, aferrando su nuca. Noté como se convulsionaba ligeramente su cuerpo. Había tenido el primer orgasmo. Hice presión ligeramente con mi mano hacia abajo y enseguida entendió el mensaje. Se puso de rodillas y bajó lentamente mis pantalones, liberando a mi miembro que ya hacía rato que intentaba perforar la tela. Lo tomó con la palma de su mano derecha y lo observó unos segundos. No me hizo falta mirarla. Conocía hasta el cansancio la expresión que se dibujaba en su rostro cuando tenía a mi miembro entre sus manos. La misma expresión que puede tener una persona que hace 3 días que no come y le presentan la comida de sus sueños ante sus ojos. Y como quien no quiere que el momento finalice nunca, lo llevó lentamente hacia su boca y comenzó a introducirlo despacio, cuidadosamente, saboreándolo y convulsionándose, ahora un poco más fuerte, producto de su segundo orgasmo.

Cerré los ojos e imaginé a la Sra. Torenstein frente a mí, en esa posición, con esa indumentaria y un potente chorro de semen se dirigió directamente a su garganta. Rápidamente lo sacó de su boca, con el sentimiento de culpa de quién provoca una eyaculación antes de tiempo, y el resto del semen que todavía seguía saliendo con intensidad de mi miembro cubrió parte de su cara. Me miró, con la mirada de culpa y miedo de una mascota cuando sabe que ha cometido una travesura. Pasé mis dedos por su cara, quitándole los restos de mi acabada y llevándolos hacia sus labios. Se desvivió por tragarlos, pasando la lengua como quien no quiere perderse ni una gota del elixir más sabroso. Me siguió observando, esperando el reto o el castigo. La miré con dulzura, apoyé mi mano sobre su cabeza, acariciando su pelo y le dije:

- Eres una buena chica, sigue por favor.

Su rostro, al instante, volvió a recuperar su aspecto felino y vampirezco. Comenzó a masajearme los testículos, sin descuidar mi miembro, un tanto fláxido pero dispuesto a presentar nuevamente batalla. Al cabo de unos instantes otra vez estaba rígido, ante sus manos y pistoneando enloquecidamente dentro de su boca. Cuando lo tuvo "a punto" levantó la mirada y me observó fijamente, a la espera de una orden. Con mi dedo índice le indiqué que se diera vuelta. Liberó su boca y suavemente se incorporó y se tendió sobre el escritorio, de espaldas a mí, aferrándose con sus manos al otro extremo, con las piernas abiertas y extendidas y los pies firmes en el piso. Su cintura, en el borde del escritorio, era el vértice de un angulo recto exacto entre su torso y sus piernas, lo cual hacía levantar las caderas, dejando su cola totalmente a mi merced, con el orificio posterior del catsuit frente a mis ojos, dilatado por la posición, como la puerta de entrada a su orificio anal.

La penetré violentamente y sin preocupaciones. Estaba condicionada a transformar el dolor en placer y lo demostraba con múltiples orgasmos. En cada embestida una imagen de la Sra. Torenstein se apoderaba de mis pensamientos: juntando sus dedos, juntando sus palmas, llevando el dedo hacia su frente, no pudiendo soportar el peso de sus párpados, vencida por el trance hipnótico. Recordé el tacto de mi mano sobre su cabello, recreé el aroma a peluquería que se desprendía de su pelo y acabé con furia y desesperación. Paula, atenta a mis reacciones y sintiendo el líquido vizcoso invadir su culo, comenzó a convulsionarse con espasmos violentos y tuvo su enésimo y más feroz orgasmo.

Le ordené que fuese nuevamente al privado, que se higienizase y que se volviese a poner el atuendo con el que antes se encontraba vestida. También le pedí que limpiase su cara de maquillaje y que se volviese a recoger el pelo. Mientras lo hacía, terminé de recoger algunas fichas del escritorio y a ponerlas en el lugar correspondiente de mi archivo. La última ficha que tuve entre mis manos fue la de Rebeca Torenstein. La miré unos segundos y la dejé sobre el escritorio. Cuando Paula salió del privado, todavía mantenía ese andar provocativo y esa expresión sugerente y sensual pero su indumentaria, su maquillaje y el arreglo de su pelo eran el de la asistente de un profesional. Le ordené que se sentase en su escritorio y que esperara mis órdenes. Caminó decididamente hacia su lugar de trabajo y se sentó, de espaldas a mí. Me senté yo también en mi lugar y le dije:

- Nuevamente tengo que sentirme orgulloso de mi creación, BABIEKA

No la pude ver porque se encontraba dándome la espalda pero adiviné que la expresión felina y provocadora de sus facciones comenzaban a transformarse en la apariencia sumisa y relajada de mi asistente. Noté otra vez las pequeñas contracciones musculares y supe que, una vez más, el proceso se había realizado.

- Paula, por favor, ven a buscar esta ficha y llevala a tu escritorio. Hay que darla de alta en la computadora y hacerle una carpeta para guardar su historia en mi archivo. Pero hazlo mañana, por favor, hoy se ha hecho demasiado tarde y no quiero retenerte más.

Paula se levantó y entró a al consultorio. Tomó la ficha de la Sra. Torenstein que yo le extendía sin mirarme a los ojos. Su expresión, como siempre, era de timidez, de respeto y devoción hacia mí y hacia lo que yo represento en el ambiente profesional, y por sobre todo de entrega y gratitud por poder estar al servicio de alguien tan prestigioso, algo que a ella y a su familia la colma de orgullo.

- Gracias Paula, no se que haría sin ti

Se sonrojó inmediatamente. Apenas levantó la vista y se enfrentó a mis ojos, la volvió a bajar rápidamente. Una sonrisa angelical y llena de devoción iluminó su cara.

- Por favor, doctor. Usted sabe que para mi es un placer...

viernes, 19 de febrero de 2010

Capítulo 2: La Sra. Torenstein

- Bien señora Torenstein, ¿en que la puedo ayudar?
- Deseo que me ayude a olvidar.
- ¿Ayudarla a olvidar? Si fuera tan fácil el mundo estaría habitado solo por gente feliz y despreocupada.
- Seguramente no todo el mundo tiene la posibilidad de estar frente a usted, como lo estoy yo ahora. Me dijeron que para usted nada es imposible.
- Quizás sea solo una buena publicidad.
- No me subestime. No soy de las que se dejan engañar solo por una buena publicidad.
- No la subestimo y le agradezco su confianza. ¿Qué quiere olvidar?
- Quiero olvidar la mayoría de las cosas que me han atado a una persona los últimos cinco años. No veo forma de rehacer mi vida atada a esos recuerdos.
- Entiendo que quisiera olvidar malos momentos
- No, precisamente no es eso lo que quiero olvidar. Por el contrario, quiero olvidar los buenos momentos, las virtudes, todas las cosas que me mantuvieron locamente obnubilada a alguien que ya no está y que no deseo que esté nunca más relacionado a mi vida. Por eso estoy aquí.
- ¿Esa persona sigue existiendo¿ ¿Usted todavía tiene contactos con ella?
- Si por existir quiere saber si está viva, la respuesta es sí. Y, lamentablemente, tengo y tendré que relacionarme con ella, aunque a nivel profesional. Sucede que una sola de sus miradas, una sola de sus palabras, el más simple de sus gestos puede hacer de mí lo que quiera. Solamente puedo borrarlo de mi mente con la ayuda de alguien que pueda manipularla tanto o más que él. Y esa persona es usted.
- Entiendo. Sabrá que no será una tarea fácil y que demandara un tiempo
- No se preocupe. Tiempo tengo y dinero para costear las sesiones también.
- No me refería solamente a eso. Quiero advertirle que nunca se llegaría a al resultado que, quizás, usted idealiza o supone alcanzar.
- Lo se, no soy tan ingenua. Pero cualquier logro, por pequeño que sea, será mejor que nada.
- Muy bien entonces, déjeme medir su grado de sugestionabilidad. Le haré algunas pruebas preliminares y por hoy no la molestaré más.
- Soy toda suya. Haga conmigo lo que deba hacer...

Su última frase y la manera en que la dijo provocó un shock eléctrico en mi interior, como un rayo que nació en el medio del pecho y se dirigió directamente a mi entrepierna. Esa sensación que suele provocarnos el arranque de un ascensor, por ejemplo. Agradecí estar sentado para que la Sra. Torenstein no pudiese notar el impacto que provocaron sus dichos. Y siendo sincero no noté que lo hubiese dicho con la más mínima voluntad de seducir o provocar. Lo dijo con una entrega tal, que las pruebas que iba a comenzar a ser ya podían resultar absolútamente innecesarias.
Recordé que Paula seguía allí afuera, en su escritorio. Me tranquilicé. Seguramente más tarde iba a necesitar de ella. Algunas veces, cuando atiendo al último paciente del día, le digo a Paula que no espere a que termine y que se vaya a su casa. Ella es una muy buena esposa y una excelente madre y ya abuso demasiado de ella como para no darle de vez en cuando un poquito más de tiempo libre. Pero esta vez estaba feliz de haberle pedido que se quedara.

Le pedí a la Sra. Torenstein que se pusiese de pie y que mirase un punto fijo en la esquina que se forma entre lo más alto de la pared y el techo. Me coloqué detrás de ella y puse mis dos manos sobre sus hombros. Le pedí que respirara profundamente sin dejar de mirar ese punto imaginario mientras le repetía con voz suave y monótona que se sintiese segura, que mis manos en todo momento la iban a sostener. Mientras le repetía esto una y otra vez comencé a separar, muy lentamente, mis manos de sus hombros. Su cuerpo comenzó a inclinarse hacia atrás, como dejándose caer. Le dije que estaba segura, que en todo momento mis manos la estaban sosteniendo, que las sintiese sobre sus hombros. Pero mis manos ya no estaban allí y ella seguía inclinándose hacia atrás, recta, erguida, con la seguridad de que se encontraba sostenida. Cuando ya estaba a punto de perder el equilibrio, la sostuve y le pedí que dejase de mirar el punto imaginario. La primera prueba había sido superada. Su nivel de entrega era óptimo. Confiaba ciegamente en mí.

Luego le pedí que volviese a sentarse en la silla, pero esta vez puse la misma en el medio del consultorio. Le pedí que no cruzara sus piernas y que se sentara formando un perfecto angulo recto entre sus piernas y su torso. Le pedí que entrelazara sus dedos y que extendiese sus brazos lo máximo posible. Luego le pedí que extendiese los dedos índice de ambas manos, sin separar los demas dedos. Le dije que mirase sus dedos índice fijamente y le advertí que estos iban a intentar juntarse, que más allá de que intentara evitarlo, sus dedos iban a tender a juntarse. A medida que le hablaba noté como sus dedos comenzaban a acercarse entre sí. Seguí sugestionándola lentamente y a medida que lo hacía notaba como sus dedos se aproximaban. Le advertí que cuando sus dedos se tocasen ella iba a comenzar a sentir un cansancio profundo, producto de su nivel de relajación. Por el momento nada más que eso. Cuando sus dedos se tocaron noté que pestañeó con más intensidad.

Luego le pedí que separara sus manos, que estirase nuevamente los brazos pero esta vez con la palma de las manos enfrentadas a una distancia de no más de 15 centímetros. Nuevamente le dije que sus palmas iban a tender a juntarse y que a medida que eso pasase el cansancio que iba a sentir iba a ser más y más profundo, al punto de comenzar a sentir algo muy cercano al sueño y a no poder evitar dejar caer sus brazos, pesados y cansados sobre su falda. Sus manos nuevamente comenzaron a hacer su tarea mientras ella las miraba fijamente, esta vez con la mirada un tanto pesada. Al juntar palma contra palma dejó caer sus manos sobre su regazo, la vista ya un tanto perdida.

Tomé su mano derecha y la puse a unos 20 o 30 centímetros de su rostro. Le pedí que extendiese el dedo índice. Le dije que cuando soltara su mano, el dedo iba a comenzar a acercarse lentamente hacia su frente. A medida que iba a acercándose la inducí a que sintiese más y más cansancio, que sus ojos ya no podrían mantenerse abiertos y que al contacto del dedo con su frente dormiría profundamente. Apenas el dedo índice de la Sra. Torenstein tocó su frente, sus párpados cayeron, su cabeza se inclinó hacia adelante y su brazo cayó pesadamente al costado del cuerpo. Comencé a darle sugestiones para que se sintiese totalmente relajada y en paz, para que relacionara ese estado de relajación total con los beneficios de la hipnosis y para que la próxima vez que la volviese a hipnotizar cayera en trance más rápidamente, a través de la relación entre hipnosis y bienestar, la cual podría derribar cualquier barrera subconsciente que Rebeca pudiese tener. Aunque, a decir verdad, estaba totalmente seguro que la Sra. Torenstein estaba absolútamente convencida de reprogramar su mente.

Le dije que a la cuenta de tres se despertaría totalmente renovada, en un estado de bienestar, de paz y de tranquilidad y le ordené que relacionara ese bienestar con el hecho de haber sido hipnotizada. La induje a que no ofreciese ningún tipo de resistencia cada vez que la quisiese hipnotizar, aún en aquellos días en que pudiese tener cualquier otro problema. No quise ahondar en sugestiones post hipnóticas porque me pareció muy prematuro, ya habría tiempo para eso. Antes de contar hasta tres me quedé observándola. Pasé una mano por su pelo y confirmé por su sedosidad y por el aroma que se desprendía que seguramente había pasado por la peluquería antes de asistir a la sesión. Su expresión plácida y serena la mostraba totalnente indefensa. Noté que estaba empapado en sudor. Mi grado de excitación era máximo y Rebeca Torenstein era sin dudas una hermosa mujer. Observé sus pechos que subían y bajaban al ritmo de su rítmica respiración y me parecieron estupendos y por el momento libres, por lo que se podía ver a través de la remera, de cirugías estéticas. Sus piernas envueltas en el jean ajustado se notaban firmes e intenté adivinar que serían fibrosas y tonificadas a causa de ejercicios aeróbicos o de gimnasio. La tentación me consumía pero pude controlarla y conté lentamente hasta tres.

- ¿Y bien, como se siente Sra. Torenstein?
- .... creo que nunca me sentí mejor....¿que me ha hecho?
- Creame que por el momento nada importante. Sólo pude verificar que es un sujeto estupendo para ser hipnotizado y que eso ayudará muchísimo para lo que usted tiene pensado.
- Bueno... me alegro mucho. En realidad estoy como si me hubiesen atendido una hora en un spa. Creo que se ha ganado la reputación que lo antecede.
- Le repito, no he hecho nada. Comenzaremos a trabajar su problema la próxima sesión, si es que todavía tiene ganas de volver a ser hipnotizada
- A partir de ahora no haré otra ocsa que contar las horas que restan para volver a encontrarnos. Creo que me volveré adicta a la hipnosis

Otra vez volví a sentir un torrente de excitación. Lo único que me frenaba era darme cuenta que ella no lo estaba diciendo con ninguna intencionalidad. Un poco estaba respondiendo a la sugestión que le había dado pero por otro lado ella estaba convencida que yo podía solucionar su problema. Un problema que todavía no me quedaba muy claro pero al que ya habría tiempo de indagar.

- Bueno, Sra Torenstein, dígale a mi secretaria que le de un turno para la semana próxima.
- ¿Deberé esperar una semana? ¿No podemos empezar antes?
- Lo siento, mi agenda está un poco cargada. Tuve que cancelar algunos turnos de esta semana y eso ha complicado un poco las cosas
- Es verdad, que tonta soy. Seguramente no deberá dar a basto atendiendo personas. ¿Dígame cuanto le debo?
- No, por hoy la sesión es sin ningún cargo. La próxima vez. Le repito que hoy no hemos hecho mucho.
- Y yo le repito que el bienestar que siento bien vale pagarle doble la sesión.
- Gracias, es usted muy amable, pero deje que sean así las cosas.
- Como usted ordene, hasta la semana próxima

Le abrí la puerta y me senté en el escritorio. Mientras hacía que acomodaba unos papeles observaba de reojo como Paula le asignaba un turno para la semana entrante. Esperé a que se fuese. Cuando se hubo marchado dejé las fichas sobre la mesa y dije:

- Paula, ven aquí por favor...

jueves, 18 de febrero de 2010

Capítulo 1: Presentación en sociedad

Era la última paciente del día. Revisé su ficha. Era su primera vez. Se llamaba Rebeca Torenstein, 39 años, separada. Busqué su fecha de nacimiento. Le faltaban apenas 14 días para cumplir 40. Supuse, porque me gusta adivinar cosas de mis pacientes antes de conocerlos, que deseaba encarar la segunda mitad de su vida intentando librarse de alguna mochila que debió cargar quizás desde su niñez, o su adolescencia, o bien desde sus primeros años de adultez. Un escozor interior me puso en guardia. Intenté relajarme y cerré los ojos. Deseé fervientemente que fuese muy fea, con un cuerpo desproporcionado o, aunque más no sea, que fuese esa clase de personas que provocan repulsión. No quería volver a caer en la tentación. Estaba en un periodo de abstinencia de poco tiempo, pero estaba decidido a continuarlo. Los pacientes de los últimos días me habían ayudado y a los que podían vencer mi voluntad (¡qué irónico, ellos vencerme la voluntad a mí!) les había postergado sus citas hasta nuevo aviso, argumentando un congreso de capacitación.

Abrí la puerta y efectivamente en la recepción solamente se encontraban Paula, mi secretaria, en su escritorio y una mujer que leía distraídamente una revista. La llamé por su nombre. La mujer, rápidamente levantó la cabeza en dirección a la puerta, dejó la revista y se puso de pie. Mis deseos se pulverizaron contra la realidad. Era una mujer que aparentaba bastantes años menos de los que tenía. Llevaba el pelo unos 10 centímetros debajo de los hombros, de color rojizo y cortado en capas. Un pelo con una prolijidad y una perfección que no debería tener ni siquiera un par de horas de recién cortado. Estaba discreta pero perfectamente maquillada y llevaba puesta una remera y un jean ajustados. En Buenos Aires había caído la tarde pero la temperatura seguía rondando los 30 grados. Se fue acercando hacia la puerta con paso lento e indeciso. Esta vez deseé que se arrepintiese, pidiese disculpas y se marchase. Otra vez me había equivocado. La vi inspirar profundamente y acelerar el ritmo. Al llegar a la puerta la invité a pasar. Dudó entre sentarse en el sofá o en la silla que había frente a mi escritorio. Corrí la silla y se sentó. Mientras cerraba la puerta Paula se dio vuelta y me miró. Le pedí cortesmente que se quedara hasta que terminara de atender. Como siempre, del rostro de mi secretaria no se escapó el más mínimo gesto de contrariedad y asintió sonriendo.

- Bien señora Torenstein, ¿en que la puedo ayudar?
- Deseo que me ayude a olvidar.

Mi nombre es Miguel Angel Torres. Tengo 45 años, soy casado y tengo una hija que está llegando a sus 20 años. Soy psicólogo. Hasta aquí nada que pueda producir ni curiosidad ni admiración. Pero hay algo más. Mi especialidad es la hipnosis. Soy hipnoterapeuta. Y en los círculos más privilegiados de la especialidad y entre mis colegas soy considerado el mejor del mundo. Quizás se pueda pensar que soy víctima de un ataque de arrogancia pero desgraciadamente mi virtud ha sido también mi maldición. Hace 20 años que ejerzo. En ese tiempo me he ido perfeccionando en cuanta teoría y técnica apareciese, siendo yo el inventor de muchas de ellas. Pero nadie llega a ser el mejor solamente a base de perfeccionamiento. Tiene que existir algo que nace con uno y lo hace diferente. Y yo soy diferente. Tengo la capacidad de manipular una mente a mi antojo y debido a eso hace 20 años que también llevo una doble vida que me ha ido consumiendo poco a poco. Hasta que decidir ponerle fin y eso fue hace muy poco tiempo. La señora Torenstein era una prueba más que Dios (o el Diablo quizás) me ponían delante para probar mi convicción.